Cómo es la cotidianidad en Lloa, una de las parroquias de Quito con menos contagios por covid-19

En la parroquia de Lloa se toman precauciones por el covid-19 como  tomar la temperatura y desinfectar los vehiculos

En la parroquia de Lloa se toman precauciones por el covid-19 como tomar la temperatura y desinfectar los vehiculos

En la parroquia de Lloa se toman precauciones por el covid-19 como tomar la temperatura y desinfectar los vehiculos. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO

El sonido de los pájaros y el viento se escucha claramente en el parque central de Lloa, una parroquia rural de 2 000 habitantes localizada a 15 minutos de Quito en las faldas occidentales del volcán Guagua Pichincha. Para acceder a ese lugar, los visitantes deben tomar la calle Tachina en el barrio La Mena, desde la avenida Mariscal Sucre en sentido norte-sur, y subir por toda la vía principal asfaltada.

La tranquilidad de esa pequeña localidad queda plasmada en cada esquina y casa de adobe con techo de teja. Cada 5 o 10 minutos aparece uno que otro vehículo que rompe el silencio con el ruido de su motor. Solo unos pocos adultos mayores se sientan en la plaza o las aceras para descansar o tomar sol. Ocasionalmente aparecen otras personas montando sus caballos mientras se dirigen a sus viviendas. La mayoría de personas se encuentra en sus hogares.

Pocos negocios abrieron sus puertas a las 11:00 de este jueves 16 de julio del 2020. Para la gente de ese poblado, esa calma se manifiesta también en los pocos casos de covid-19 que se han registrado allí desde que comenzó la emergencia sanitaria a mediados de marzo. Según datos del COE provincial, apenas seis se han reportado hasta el 16 de julio del 2020.

Andrea Mantilla es teniente política de Lloa. La mañana de hoy, ella visitaba los negocios que sí atendieron al público para revisar que cuenten con los permisos de funcionamiento. También monitoreaba que cumplan con las normas básicas de bioseguridad para prevenir el coronavirus: usar mascarilla, gel o alcohol antiséptico para las manos. A su juicio, una de la causas para que se hayan dado pocos contagios son las medidas de bioseguridad que se adoptaron.

Una es el arco de desinfección, de aproximadamente tres metros de altura, instalado a la altura del sector de El Cinto, en la entrada a la parroquia. Al llegar a ese punto, lo primero que aparece en el camino es una caseta con un guardia que toma la temperatura a los ocupantes de los vehículos. Cada carro se baña en pequeños chorros de amonio cuaternario. A esto se suma que, al inicio de la pandemia, no se permitió que la feria libre se instale en las principales vías del pueblo. También se reforzaron los operativos para vigilar el uso de la mascarilla en los ocho barrios que pertenecen a Lloa.

Para la gente, una de las ventajas es que allí no se reportan aglomeraciones como ocurre en Quito, lo cual ha fomentado a que no se propague la enfermedad de forma masiva. Asimismo se reforzaron los controles para evitar el consumo de bebidas alcohólicas en los espacios públicos y los pobladores han cumplido con esas disposiciones. Según datos de la Policía, apenas 10 personas han sido sancionadas por libar y no respetar el toque de queda hasta hoy. “Para el uso de mascarilla no tenemos competencia para castigar, eso lo hace el Municipio”, indicó Mantilla.

Sin embargo, pese a la tranquilidad del lugar y con el cambio a semáforo amarillo, las autoridades han notado que la gente ha comenzado a relajarse y no quiere utilizar los protectores faciales. Por eso gestionan que en los próximos días se realice un operativo para vigilar el uso de ese implemento.

Otras de las estragegias que frenó la propagación de la enfermedad es el perifoneo para advertir a los pobladores sobre los riesgos del covid-19. No obstante, en Lloa se ha detectado que los contagios han subido un poco porque algunas personas se van a trabajar a la zona urbana. “Ha comenzado a ingresar un poco más la gente los viernes y sábados, lo cual ha influido. Además, muchos tienen que salir a Quito”, contó la vecina María Padilla, quien vive más de 30 años en la parroquia. Por suerte -acotó la mujer- nadie en su casa se han enfermado. No obstante, ahora les toca afrontar otro problema que son los bajos ingresos económicos.

Pocos clientes llegan a su tienda y apenas tiene para subsistir. A su esposo que es guardia de seguridad le rebajaron el salario y no le pagan desde marzo de este año. “Nos toca hacer magia para sobrevivir. Se vende poquísimo y ahorramos lo que más se puede”.

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