Redacción Cuenca
La noticia de que mi finca se había incendiado la recibí un día después (domingo). Un vecino me informó que el fuego, que empezó en el sector de El Burro y se propagó rápidamente, arrasó con cultivos y animales. Todo quedó carbonizado.
Me preocupé porque en El Burro tengo mi propiedad de 90 hectáreas y el verano había secado el pajonal y lo dejó amarillento. Allí pastaban los ganados vacuno y bovino de mis hermanos. También había árboles de pino, yuvar, pumamaqui, gañal, sarar…
En la tarde de ese domingo me fui a la hacienda para constatar lo ocurrido. En realidad, creí que se trataba de un incendio pequeño y que pudo haber afectado a mi propiedad. Pero al llegar me encontré con imágenes aterradoras y de miedo, parecía que las llamas besaban al cielo.
El paisaje era negro por el espeso humo. Pocas ramas, ya quemadas, de árboles de gañal y garo quedaron débilmente plantadas. Mi casa de adobe se salvó de ser alcanzada por las llamas, porque está rodeada de un arroyo.
Fue un desastre que me conmovió. Entre las ramas calcinadas observé a algunas aves (perdices, mirlos, gorriones, colibríes) que bajaban al suelo como buscando la comida y un refugio seguro.
Mi propiedad es una herencia que dejó mi padre para los seis hijos y que estaba recién lotizada. Mi proyecto era dedicarme a la agricultura, como una actividad de apoyo económico para sostener a mi familia que vive en Puca. Sé bastante del campo, aunque más tiempo dedico a la sastrería.
Mi idea era hacer una hacienda productiva con la siembra de cebada y trigo. Para eso tramitaba el crédito 5-5-5 (USD 5 000), en el Banco del Fomento. Tenía previsto empezar la siembra con la llegada del invierno. Mis sueños se diluyeron inevitablemente.
Ahora necesito más tiempo y más dinero, porque hay que invertir en el arado para remover la tierra mala. El abono natural está muy afectado.
Fue difícil combatir las llamas. Los vecinos nos unimos para tratar de apagar el fuego, pero con ramas y machetes no era suficiente. Nos sentimos enanos frente a la magnitud del desastre.
El daño no es solo en mi terreno. Hay muchas familias de las comunas Puca, La Jarata, Zhimpali, Allapa, Pichanillas y La Paz que lloran por la misma tragedia.
Me niego a creer que el incendio haya sido provocado. De ser así, los responsables deben ser sancionados. Es un error creer que el fuego atrae las lluvias, más bien destruye el humedal que absorbe el agua para los riachuelos.
Por eso, la sequía en cada verano es más grande. Es muy duro ver que el patrimonio familiar haya sido destruido por el fuego. Ni al peor enemigo le deseo que le pase algo así. Ya pensando en la colectividad, aquí vivimos de la agricultura y de la crianza de ganado. ¿Qué van a hacer las personas que ahora ya no tienen pastizales en sus propiedades?
Simplemente, se quedan sin trabajo y con una responsabilidad enorme de mantener a la familia. En pocos días, serán más notorias la desesperación y el hambre.
Las llamas dejaron truncos nuestros proyectos, hay que salir a buscar otros terrenos. No me puedo quedar con los brazos cruzados, porque la vida sigue.