Un viejo amazónico hacía notar, a propósito de la exposición Coca: 50 años, que el poblado era un punto en el mapa pero que en realidad, no existía. Un punto rojo, imaginario, en algún lugar de la selva, con autoridades que mandaban desde la capital, con escritorio y salario incluidos, para gobernar una nadería pues, en esos tiempos, los habitantes amazónicos buscaban un lugar donde asentarse huyendo de dos bravuras: la del indomable río y la de los llamados ‘aucas’ (huaorani).
El mapa oriental está lleno de líneas imaginarias. Líneas que se hacen y deshacen según intereses económicos y políticos; que constan en los mapas y nos hacen creer que lo pintado de verde es un territorio virginal, prístino, intocado. Con ellas señalamos el Parque Nacional Yasuní, el Territorio Huaorani, la Zona Intangible. Unas líneas superpuestas por otras que podemos mover para quitar, por ejemplo, los pozos del ITT que están dentro de la Zona Intangible en la que está, lo dice la Constitución, vedada a perpetuidad (hasta cuando decidamos mover otra vez la línea un poco más arriba, un poco más abajo), cualquier tipo de actividad extractiva, hidrocarburífera, minera o maderera’
Con base en esas líneas imaginarias hacemos políticas de papel. Leyes y decretos que son parte de la retórica pero que no se sustentan en la realidad. Declaramos moratorias y recibimos aplausos por las intenciones de conservación y, a la vez, entramos a patadas con afán colonizador, invadimos tierras, entregamos títulos de propiedad donde estaba prohibido; concesionamos bloques, abrimos carreteras, sacamos madera, entrenamos al ejército, sobrevolamos’
En medio de esas líneas imaginarias hay gente. Real, de carne y hueso, con historia, raíces, cultura, lengua y territorio. Están las comunas kichwas, los colonos, los empobrecidos huaorani, los tagaeri/taromenani que, por cierto, han dado muestras suficientes de estar fuera de esas líneas imaginarias rompiendo cualquier frontera trazada en un mapa de papel.
No sabemos nada de la geografía amazónica y de su historia. Quienes allí habitan tampoco lo saben. Allí se vive el presente petrolero: pan para hoy y hambre para mañana. Basta ver cómo han quedado las comunidades por dónde ha pasado el petróleo, los poblados junto a las carreteras, las míseras condiciones de vida de quienes han recibido migajas de las jugosas rentas del oro negro.
Mientras las políticas se basen en líneas dibujadas en los mapas, en trazos con los que pintamos fronteras desde algún escritorio, ignorando el pasado y el presente de la zona, seguirán siendo de papel. Y los poblados amazónicos seguirán siendo puntos rojos que se han atravesado en medio de esta nueva bonanza petrolera.