En Libertad de Chillogallo, en el sur de Quito, nadie sale sin su paraguas

La líder Azucena Ortiz camina por la calle mojada en Libertad de Chillogallo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

La líder Azucena Ortiz camina por la calle mojada en Libertad de Chillogallo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

La líder Azucena Ortiz camina por la calle mojada en Libertad de Chillogallo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Un manto de vapor cubre las calles adoquinadas de Libertad de Chillogallo, un barrio en el extremo suroccidental de Quito.

Son las 14:00 del miércoles 7 de abril del 2021; unos minutos antes había calmado el aguacero; el sol que le siguió provoca una especie de niebla que acaricia los pies de los caminantes.

“El rato menos pensado llueve. A eso de las 17:00 volverán las aguas en forma y se quedarán toda la noche…”. Quien habla es Azucena Ortiz, lideresa de este barrio, uno de los que más lluvias registran en Quito.

La mujer de 65 años, de mirada tranquila y palabra pausada, aparece por uno de los sitios más emblemáticos de su barrio: la plaza de cocos, una planicie triangular donde se juega con esas esferas de acero. Llega con otros cinco vecinos, todos con paraguas: “por si nos llueve de sopetón”, dicen en coro.

Desde lejos se divisan los cerros, que la gente conoce como Lambrán y El Cinto, que rodean al sector; también está el camino antiguo hacia Santo Domingo de los Tsáchilas.

¿Cuántos años tiene el barrio? No hay certeza. “Más de 200”, dicen algunos. De lo que sí están seguros es que el temporal siempre ha sido feroz, sobre todo en el cuarto mes del año. El dicho ‘abril aguas mil’ aquí se cumple a cabalidad.

Los vecinos no exageran. Según el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi), este sector es uno de los más lluviosos de Quito.

Luis Maisincho, director del Área de Estudios e Investigación, explica que en los barrios que están alrededor de la estación Izobamba (en la parroquia de Chillogallo), en un radio de entre 15 y 20 kilómetros, llueve a cántaros, sobre todo cada mes de abril.

Los pronósticos para abril de este año en Izobamba dicen que las lluvias se incrementarán en un 30% sobre el promedio histórico. Tendrán un acumulado de 273 milímetros (cantidad de litros por cada metro cuadrado), que lo convertiría en el segundo abril más húmedo de la última década en Izobamba. El récord fue en el 2016, con 300 milímetros.

Esas cifras no son novedad para la gente de Libertad de Chillogallo. Estos lares son húmedos porque están rodeados de abundantes árboles (eucaliptos y pinos). “Y porque estamos cerquita del páramo de las lomas de San Juan”, se apura a responder Alfredo Moreno, un vecino de 73 años.

Maisincho tiene otra explicación: “a escala nacional, abril se caracteriza por ser el mes con la mayor acumulación de agua por la zona de convergencia intertropical o masas de aire húmedo que provienen de los hemisferios norte y sur. Aquello ocurre de enero a mayo, pero con picos definidos en abril”.

De eso saben muy bien los socios de la comuna Chilibulo-Marcopamba-La Raya, localizada por esa misma parroquia sureña. Ellos tienen un ritual para que las aguas de abril amainen, apunta Gustavo Tubón, historiador de la agrupación. Es el Amarre de cruces, que se hace a final de mes.

Es una romería hacia los cerros Ungüí y Chilindalo. Tras cinco horas de camino, los participantes que se dividen en dos grupos llegan a las cimas y, al unísono, amarran con flores silvestres las cruces de ocho metros que coronan cada uno de los montes tutelares. Una tradición que ya tiene 120 años.

Ortiz y su comitiva caminan, cargando los paraguas en sus manos, hasta lo más alto del barrio para seguir conversando. Esta quiteña nació en este sector, al igual que sus padres, abuelos y tatarabuelos, y conoce como nadie los entresijos de esos golpes de agua que hacían que abril sea un mes sin fin.

Lo recuerda nítido: “era guambra y las lluvias hacían que la vía de seis metros de ancho se llenara de agua de canto a canto. La fuerza del agua arrastraba a personas y animales”. Pero las cosas nunca pasaron más allá de un buen susto.

Aunque no siempre. Abril del 2016 llegó con destrucción.
La dirigente arquea las cejas como si volviera a vivir aquella lluvia de “Padre y Señor mío”.

Todo empezó al mediodía, con una carga de truenos, media hora después cayó granizo y el viento se “llevó los techos de las casas de siete familias”. Fue una desdicha.

Los mirlos empiezan a surcar el cielo sombreado de Libertad de Chillogallo, y Azucena y sus acompañantes levantan sus ojos para ver por dónde llegará la lluvia. Desde lejos se oyen sonidos de tormenta. De seguro dormirán, otra vez, con el arrullo de la lluvia.

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