Marco Arauz Ortega. Subdirector
Al revisar a fondo el proyecto de Ley de Comunicación de Rolando Panchana, es inevitable preguntarse cuándo se extravió su espíritu periodístico y cuándo se agrandó su ánimo controlador. Él afirma que su ventaja frente a los autores de los otros dos proyectos para la misma Ley es que él sí ha estado en una sala de redacción. Pero tal diferencia no pesa cuando se constata que el documento refleja la visión del poder y no la de un beneficiario de la libertad de expresión, que sucumbiría en el caso de que se aprobara su propuesta.
Una explicación para estos cambios radicales suele darse por el gran impacto que sufren quienes se convierten a una nueva religión, tienen que jurar una nueva bandera o cambiarse de bando. La política es pródiga en ejemplos de este tipo de conversiones, y el actual Gobierno cuenta entre sus filas a más de uno de ellos, no solo ex periodistas.
Pero, más allá de la anécdota, decepciona que el proyecto del ex periodista ni siquiera se ocupe de defender el derecho al acceso a la información, y se concentre en crear procedimientos e instituciones que solo entorpecerán el ejercicio periodístico. Se destaca, por ejemplo, el peso que se quiere dar al Consejo Nacional de Comunicación e Información, que a más de tener un ámbito de acción que no es competencia del Ejecutivo, estaría controlado por él.
No se sabe si la propuesta de Panchana pasará y si él pasará a la historia como político, pero lo único seguro es que él no entrará en la historia de la defensa de la libertad de expresión. En su plan hay mucho poder y poca comunicación.