Curar lesiones por pirotecnia puede tomar hasta seis meses

El miércoles 14 de diciembre, en Guayaquil, la Policía decomisó camaretas en un garaje de carros. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO

El miércoles 14 de diciembre, en Guayaquil, la Policía decomisó camaretas en un garaje de carros. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO

El miércoles 14 de diciembre, en Guayaquil, la Policía decomisó camaretas en un garaje de carros. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO

Sintió el calor correr por sus dedos. El fuego ni siquiera había topado la mecha cuando el petardo se desvaneció, con parte de su mano izquierda.

Han pasado 352 días desde esa tarde del 1 de enero. Jonathan salió con sus amigos a hurgar entre los restos de los años viejos del barrio, en busca de camaretas y petardos. Y halló dos tumba casas.
“Una la guardó en su bolsillo hasta que decidió prenderla. La mecha era larga, pero no fue suficiente. El estallido lo hizo volar tres metros”, cuenta César, padre del joven de 16 años.

En su celular aún conserva fotos de Jonathan, con el brazo vendado. Los médicos no pudieron salvar su mano.

El Ministerio de Salud no tiene cifras específicas de lesiones por manipulación de pirotecnia. Sin embargo, un resumen de las campañas preventivas, en conjunto con el Ministerio del Interior, revela que los heridos por esta causa han disminuido en un 45,49%, entre los años 2005 y 2014.

La cifra es alta, pero quienes han sido víctimas de la pirotécnica llevan huellas imborrables. Priscila Alcocer es parte de la Sociedad Ecuatoriana de Quemaduras y explica que algunos artefactos causan quemaduras de hasta tercer grado. Otros petardos pueden terminar en amputaciones, generando discapacidades permanentes.

El tratamiento puede tomar solo días o extenderse por hasta seis meses, según la gravedad. Los costos varían entre USD 1 000 y 2 000 diarios, en los casos que requieren cuidados intensivos. El monto es cubierto por el Ministerio de Salud y el Seguro Social.

Las curaciones son diarias, para eliminar el tejido muerto. 15 días después empiezan los injertos de piel; luego vendrán las férulas y vendas para evitar la inmovilidad, o las prótesis en caso de amputaciones. La rehabilitación física y psicológica puede tomar años.

Jonathan afrontó con fortaleza su accidente. Su padre lo muestra en fotos, practicando canopy y en algunas fiestas familiares. Pero la depresión a ratos lo agobia, así que buscaron ayuda sicológica.

En Navidad y fin de año del 2015, la Cruz Roja reportó 850 atenciones por quemaduras y amputaciones en todo el país. Los niños y adolescentes son las principales víctimas.

En el 2012, la Unidad de Quemados del pediátrico Roberto Gilbert, en Guayaquil, atendió a 38 menores con lesiones causadas por petardos. Desde entonces las cifras en este hospital fueron decayendo y llegaron a 11 en este último año.

Jefferson fue uno de los afectados. El año pasado, por estos días, asistía con su madre a un templo evangélico. En un descuido se escabulló para jugar con otros pequeños en la vereda, donde encontraron una torta de petardos. “Estaba como nueva. Después de que la cogí sentí que me quemaba la cara”, dice el niño de 12 años.

María, su madre, recuerda su rostro cubierto de hollín y sangre. “Estaba destrozado”.

La detonación le causó llagas, problemas visuales y auditivos. El mismo niño se sienta frente a su computador y mira sus fotos, con la cabeza tapada por un espeso vendaje.

María no se cansa de repetirlo: “su recuperación es un milagro”. Jefferson no tiene cicatrices y solo necesita unos lentes para ver con más claridad.

Para el jefe del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, Martín Cucalón, estas historias reflejan que ningún tipo de petardo es inofensivo. “Pueden tener forma de avión o de abeja, y dejar lesiones irreversibles”.

El jueves, bomberos, policías y la Intendencia del Guayas llegaron a la Bahía de Guayaquil para uno de los tantos decomisos de pirotecnia, frecuentes en estos días. En un estacionamiento hallaron una bodega clandestina sobre un depósito de gas. Confiscaron al menos 10 cajas de cohetes, volcanes y bengalas, mientras un grupo de niños miraba la intervención desde la casa contigua.

Entre el 2005 y lo que va del 2016, la Policía ha decomisado 82,5 toneladas de artefactos pirotécnicos en el país. Las sanciones van de 3 a 6 años de prisión y multas de USD 1 000 a 5 000 por fabricar, almacenar, transportar, expender y adquirir, de forma ilegal, todo tipo de artefactos explosivos.

Los costos por permanecer un mes en una Unidad de Quemados llegan a los USD 80 000, como explica Fernando Quintana, jefe de esa área en el hospital Luis Vernaza. Aquí, en lo que va del año, ya han atendido a cuatro heridos graves por esta causa. Dos de ellos trabajaban en una fábrica clandestina de camaretas en Santa Rosa, El Oro. El sitio explotó y los dos murieron hace pocos días.

“Uno de ellos tenía un 100% de quemaduras y el otro un 60%. Cuando la pólvora de este tipo de petardos estalla, sale como una metralla y se incrusta en la piel”, dice el cirujano.

Cuando Jonathan sintió el impacto, lo primero que cruzó por su mente fue cómo volvería a jugar videojuegos. Su padre ahora lo cuenta con una sonrisa y a la vez confiesa que su meta es luchar por una solución a largo plazo para su hijo.

“Hay prótesis robóticas de hasta USD 200 000. Y trasplantes de mano, en España y Colombia, que superan los USD 250 000. Siempre hay personas que pueden ayudar y esa es nuestra esperanza”.

Faltan 13 días para que termine el año y en casa de Jonathan no comprarán camaretas y bengalas. La familia incluso teme buscar un monigote.

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