La crisis política que destituyó del cargo al presidente hondureño Manuel Zelaya nos dejó como lección lo distante del discurso de la acción práctica. Ni Venezuela invadió Honduras ni EE.UU. con su cancelación de visas restituyó al destituido. La OEA y el presidente costarricense Óscar Arias hicieron sus mejores esfuerzos pero tampoco lograron mucho. La acción de Zelaya desde afuera y hacia dentro solo queda para el anecdotario vasto y numeroso de las escenas folclóricas de nuestra América Latina, que en realidad ha perdido prestigio como entidad ante la crisis.
Hemos visto que los intentos de permanencia en el cargo a través de subterfugios legales pueden tener una reacción opuesta y similar con lo que queda la pregunta de si ¿hay que analizar solo el efecto o debemos remitirnos a la causa? Es evidente que el caso de Honduras (uno de los países más pobres de la región), ha mostrado la fragilidad institucional de varias democracias donde el presidente se abroga casi todos los poderes y en su representación ejerce un régimen cuasi autoritario, donde lo formal de la democracia se impone sobre el fondo que generalmente colisiona profundamente con la modalidad personalista, populista y demagógica de gobernar. Lo irónico es que cuando la institucionalidad democrática está en riesgo, a los primeros auxilios que echa mano el afectado son a las mismas instituciones a las que debilitó de manera reiterada durante su gestión.
Primera lección: no destruyamos internamente las instituciones democráticas, ellas se salvan o perecen en directa proporción a su fortaleza. Segunda: los buenos propósitos bolivarianos pueden terminar siendo eso: fuegos de artificio retórico sin sustento práctico.
Tercera lección: es posible vivir aislado del mundo sin muchas consecuencias en el corto plazo. Corea del Norte ha demostrado su longevidad y sus peligros.
Cuarta lección: los organismos internacionales como la OEA poco pueden hacer cuando muchos de sus miembros de manera reiterada y permanente la socavan y la denigran. Es una contradicción clara pedirle obras y sacrificios a la misma organización a la que anteriormente se la calificó de “inútil e incapaz” por citar solo dos palabras suaves.
Quinta lección: para Zelaya y sus émulos continentales la democracia es por sobre todo un sistema de valores que responden en la medida que ellos sean respetados durante su gestión de gobierno, pierden sentido en directa proporción al menosprecio y al insulto que reciben cotidianamente. Para los que creyeron que ganarían por cansancio, terminaron perdiendo.
Ahora solo queda reconocer al nuevo Gobierno, entregar la posta cuestionada tan pronto como sea posible y volver a empezar a caminar… en círculos.