La Plaza Comercial Michelena, ubicada en la Mariscal Sucre y Alonso de Angulo, se entregó a la comunidad el 20 de agosto. Foto: EL COMERCIO
Las carpas ancladas con palos a las veredas, el reggaetón y la bachata a todo volumen, el humo de los pinchos de doña Carmen, los cables de luz que cruzan de los postes a los puestos de venta y amenazan con degollar al peatón. El sospechoso cruce de manos entre el cliente que busca algo indebido y el vendedor que se lo entrega. Todo hizo que La Michelena tenga vida propia.
Durante casi 20 años esta calle que divide en dos a la ciudadela Atahualpa, en el sur, encarnó a una de las zonas más conflictivas de la capital.
Seis cuadras, 160 locales comerciales y 170 comerciantes informales se convirtieron a la larga en una molestia con la que tres alcaldes intentaron lidiar sin lograr acabar con esa silueta indecorosa.
La Michelena nació de un barrio residencial. Lo que alguna vez fue la Hacienda La Lorena, se volvió conjuntos habitacionales para las familias de los militares, a mediados de los 70.
Desde la Tnt. Ortiz hacia el oriente fue destinada para los oficiales: coroneles, generales, tenientes… La parte occidental del terreno fue entregado a la tropa. Ahí, en medio de casas de cabos, sargentos y suboficiales, nació la popular, la peligrosa, la luminosa Michelena.
El rastro que la milicia dejó en el barrio va más allá de sus primeros habitantes. Incluso sus calles tienen nombres de combatientes de la guerra del 41. Alberto Orellana, Luis Minacho, Cosme Osorio… Hasta un civil se veía tentado a cuadrarse ante tanto heroísmo. Vivir en la Michelena hace unos 40 años fue un privilegio; después del 99, un sacrificio.
En esta calle se vende tanto y de tanta variedad que una familia podría salir armada de pies a cabeza en una sola vuelta. La casa se equipa sola en los dos centros comerciales y tres locales de electrodomésticos.
Hay faldas, blusas, perfumes, carteras, zapatos bajos, de taco, botas, botines y pastillas para el dolor de cabeza de mamá. Casimires, cinturones, herramientas, barberías, relojes y hasta una moto para papá. Leguis, bikinis, piercing de ombligo, tatuajes, maquillaje y la última película -pirata- de vampiros guapos para la hija adolescente.
Y pelotas, calentadores, gorras, golosinas, muñecos (pésimas imitaciones) de Ironman, peluches de Pikachu y juegos de Play -piratas- para el más pequeño de casa. Si la familia tiene un perro no hay lío: hay un spa para mascotas. Así de comercial es la Michelena.
El Fuerte Militar El Pintado, el cuartel donde empieza la Michelena, tuvo mucho que ver en el nacimiento del comercio en esta zona, a inicios de los 80. Es lo que Hernán Orbea, urbanista y profesor universitario, llama la dinámica económica popular: los conscriptos y las visitas de sus familiares hicieron que la calle se volviera tierra fértil donde todos querían sembrar.
Los militares cruzaban la av. Mariscal Sucre para entrar a la picantería Aquí me Quedo. Redondeaban el almuerzo en el local de Rosa Quinga. La mujer que hoy bordea los 85 años fue la dueña del primer negocio en esa calle y su hijo es el presidente del Comité Barrial de la Ciudadela Atahualpa.
Washington Ávila, hombre de sombrero y de verbo fluido, ha tratado desde hace 15 años de hallar una solución al conflicto de los ambulantes. No le huyó a la guerra del Cenepa, mucho menos a los problemas que su barrio enfrentaba, dice y saca pecho.
Admite que cuando la extensión de la Teniente Ortiz alcanzó a la Michelena y la conectó con el sistema vial, la masa de consumidores se reforzó.
Las ventas aumentaron con la crisis del 99. Gente que perdió su empleo, su dinero o a sus padres por la migración, vio en esta calle una oportunidad. Ávila recuerda que hasta la conocida ‘Mama Lucha’ quiso asentarse en la calle, pero el barrio se paró duro y lo evitó.
Aquellos vendedores que fueron sacados del centro de Quito en el 2003 también buscaron consuelo en la Michelena. Pero conforme los comerciantes llegaron, los dueños de casa se fueron. Hoy, solo un 30% de ellos son militares.
Los vecinos de siempre, la mayoría hombres con canas que aprendieron a caminar en esas calles, cuentan que entre los 80 y los 90 la Michelena se volvió un punto de encuentro de jóvenes: la llamaban ‘La Amazonas de los pobres’.
Mientras en el norte, en ese entonces sector exclusivo, los chicos llegaban en sus autos,y presumían ante extraños los bienes de sus padres, en el sur los jóvenes bajaban del bus también con sus mejores galas y también a coquetear.
Años después, los vendedores le quitaron a esa calle la corona de lugar preferido por los sureños. Las ventas se adueñaban de la vereda desde las 17:00 hasta la medianoche. Los vecinos aseguran que los informales hicieron de cada árbol un baño y de cada esquina un basurero. Hoy hay 210 comerciantes de tres asociaciones (Mariscal Sucre, Michelena y Pintado) quienes aseguran que no es así, que solo buscan llevar el pan a casa, que dejan aseado su puesto y que a veces también han sido robados.
Según Ávila el desfile de autoridades por la Michelena en busca de una solución fue largo: Roque Sevilla, Paco Moncayo, Augusto Barrera y Mauricio Rodas prometieron devolverle al barrio la tranquilidad y la identidad.
En la alcaldía de Barrera se logró un paso importante pero insuficiente: el Municipio adquirió terrenos y construyó una plaza con casetas básicas para reubicar a los comerciantes, quienes la rechazaron.
La actual administración reconstruyó esa infraestructura. Vino el diálogo, la negociación y la reubicación se dio el 20 de agosto. Se cambió la calle por 150 casetas para ventas y 22 para comidas. Hoy, las familias de Carpio, Armijos, Sotomayor y otros militares, esperan al fin volver a dormir en paz.