El presidente de Francia, François Hollande, rodeado de los líderes de la Unión Europea durante la marcha de rechazo a los ataques terroristas ocurridos esta semana en Francia. Foto: Philippe Wojazer/ EFE
Los atentados en París han puesto a prueba el modelo social francés de convivencia, basado en el laicismo y en el ideal republicano de integración de todos los ciudadanos, cualquiera sea su origen, sin aislarlos en comunidades.
Los autores de la doble toma de rehenes y los ataques contra Charlie Hebdo, un supermercado judío y una mujer policía, eran tres franceses oriundos de familias de inmigrantes y convertidos al islamismo radical.
Su blanco fueron “los pilares de la República” francesa, que son la libertad, la igualdad y la fraternidad, denunció Moshe Lewin, portavoz del Gran Rabino de Francia Haim Korsia, traduciendo un sentimiento ampliamente compartido por una población francesa conmocionada por los ataques.
Ayer (11 de enero), en Francia, se calcula que unas 3,7 millones de personas se manifestaron a favor de la tolerancia y de la libertad en una de las marchas más grandes y emotivas que recuerde la historia del país.
Durante la concentración, que tuvo lugar en París y que se llamó Marcha Republicana, estuvieron presentes, además, los jefes de Estado de varios países, entre esos los de Inglaterra, Alemania y España. Entre los carteles que se exhibían había muchos que hablaban de las raíces francesas de la libertad de expresión y del Estado laico.
El sábado (10 de enero), unas 700 000 personas se manifestaron en varias ciudades de Francia en homenaje a las 17 víctimas de los atentados, que enlutaron el país esta semana, y en vísperas de la gigantesca Marcha Republicana, convocada para ayer en París.
Sin embargo, la “impresión de unanimidad” que dejan estas reacciones inmediatas ante ese tipo de acontecimientos puede ser engañosa.
Los resentimientos frente a los musulmanes, los judíos, la clase política o el semanario Charlie Hebdo, acusado de tomar como blanco de sus sátiras cuestiones sagradas, se expresaron en las redes sociales.
Y tras la “unidad nacional” de circunstancia nada permite anticipar en cuanto a la futura evolución, comentó Philippe Braud, especialista en sociología política. Este profesor emérito del Instituto de Estudios Políticos de París destaca “el riesgo de contragolpe” para los 5 millones de musulmanes de Francia, que corren el riesgo de padecer los efectos de la sangrienta aventura yihadista.
Varios cientos de jóvenes partieron a Siria o Iraq, donde “reciben una formación de terroristas”, según las autoridades francesas.
Hijos de Francia
La encuesta Ifop, publicada el fin de semana, revela que el Islam “representa una amenaza” para un 29% de los franceses, aunque un 66% rechaza confundir a “los musulmanes que viven pacíficamente en Francia” con islamistas radicales.
“Nuestros compatriotas musulmanes hoy sienten miedo”, admitió Manuel Valls. “El Islam es una religión de tolerancia”, insistió, al destacar que Francia “no está en guerra contra una religión” sino “contra el terrorismo, el yihadismo o el islamismo radical”.
La presidenta del Frente Nacional (extrema derecha), Marine Le Pen, deploró el viernes (9 de enero) ser la única que habla de “fundamentalismo islámico”.
Junto a esas divergencias aparecen cuestionamientos a la eficacia del modelo de integración “a la francesa” .
“Ya no son asesinos teledirigidos desde el extranjero los que nos atacan”, destacó el diario de izquierda Liberation. “Los asesinos son hijos de Francia, están entrenados, adoctrinados y robotizados por militantes vinculados a las zonas de conflicto en Iraq o Siria. Pero nacieron aquí y se fanatizaron aquí” .
Chérif y Said Kouachi, que el miércoles asesinaron a 12 personas en el ataque a la sede de Charlie Hebdo, nacieron en Francia, de padres argelinos.
Los padres de Amedy Coulibaly, que el jueves mató a una mujer policía y el viernes a cuatro clientes de un supermercado kosher, son de origen malí pero él también se crió en Francia. Los tres fueron abatidos por las fuerzas de élite de la gendarmería y de la Policía.
El modelo de integración a la francesa, que se opone al de asimilación en comunidades más o menos aisladas como en Estados Unidos o Gran Bretaña, resulta un éxito para una mayoría de inmigrantes en Francia, pero también tiene sus “fallas”, destaca Philippe Braud.
El “desafío” que siempre representó se complicó con la globalización: gracias a la televisión e Internet, “los vínculos de las diásporas” con sus culturas de origen son más fáciles de mantener y eso puede frenar la integración, según él.
La comunidad judía de Francia, considerada la más importante de Europa, con más de 500 000 miembros, denuncia ser a menudo víctima de actos antisemitas. A raíz del sentimiento de inseguridad, un récord de 7 000 judíos emigraron en el 2014 a Israel.
El gran rabino Haim Korsia había deplorado el 4 de diciembre “la persistencia de prejuicios abyectos” acerca de los judíos en Francia y destacado que “racismo y antisemitismo son sinónimos de la destrucción programada del sueño francés” .