Varias zonas de Quito están en peligro debido al deslizamiento de taludes en época de lluvia. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Estamos en la estación invernal y se avecinan los meses de mayor fuerza en las precipitaciones (abril y mayo). Las laderas de Quito se van cubriendo con gigantescos plásticos negros. La idea es mitigar los deslizamientos de los taludes de aquellas casas construidas en pendientes. Esa actividad es cíclica y todos los años se repite el mismo ritual.
La pendiente de la casa de Marieta Urquizo, de ojos claros y carácter dicharachero, está rodeada por esa suerte de ‘velos negros’. Otras viviendas de su barrio, Línea Férrea (centro-oriente), también tienen ese tipo de protección.
Pero eso no le da tranquilidad absoluta. Cada vez que el cielo está gris, sobre todo en invierno, la mujer sale al patio y apoyándose en un árbol de guayaba observa el horizonte. Cuando cree que las aguas caerán fuertes, acomoda minuciosamente los plásticos de polietileno y revisa si todo está en su sitio. Solo así guarda un poco de sosiego.
Pero solo un poco porque “ni siquiera los hombres del tiempo (Inamhi) saben cómo vendrá la lluvia”, comenta doña Marieta. La mujer, de 71 años y nativa de Riobamba, levantó su hogar -hace cinco años- en plena ladera y con el único fin de darles un hogar a sus hijos (actualmente son cuatro).
Cuando el chubasco es fuerte, con rayos y truenos, no puede ni dormir pensando en que le puede caer encima. Su casa es de ladrillo y de una planta, se la puede observar desde la autopista General Rumiñahui (a la altura de Monjas Alto).
Es miércoles 25 de febrero, 16:40, y en la casa de doña Marieta se alistan para la lluvia que, a lo lejos, se ve venir. Por eso Aníbal, su esposo, limpia las zanjas y no se cansa de acomodar los plásticos que, con el viento incesante, se levantan.
Cientos de quiteños llevan años con este mismo problema. Y no pueden ponerlo fin, pues construir aquel muro que evitaría el deslizamiento de los taludes es costoso: está, dependiendo de la magnitud, entre USD 10 000 y 400 000, comenta Marco Manobamba, ingeniero en Gestión de Riesgos y Administración para Desastres. La zona que más requiere de estas obras es la Centro.
Ante la falta de dinero para levantar esos muros, la alternativa de las familias es seguir cubriendo las pendientes con plástico negro o salir del predio (relocalización).
Las dos opciones
Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En el 2014, los técnicos de la Unidad de Gestión de Riesgos intervinieron en 75 predios de la Administración Zonal Centro, cinco más que en el 2013 (70). Los plásticos duran entre nueve y 10 meses; en un predio se suele colocar alrededor de 40 o 50 metros.
Y los lugares a los que se acude con mayor frecuencia para colocar los plásticos son: San José de Monjas, Libertad, Orquideas, El Pinar y Gúapulo, comenta Leonidas Álava, técnico de la unidad.
Pero el barrio que da mayores problemas es la Línea Férrea, pues los deslizamientos de tierra son frecuentes y la gente que allí vive es muy pobre y no puede hacer ninguna clase de trabajo de remediación.
Cuando el plástico no es suficiente para evitar deslizamientos de taludes, la opción es la relocalización de la familia. Sin embargo, esa posibilidad ni siquiera la contempla doña Marieta.
La única manera para que ella salga de allí será, dice segura, que el Municipio le ofrezca la oportunidad de comprar otro terreno y allí levantar una “media agüita”. Se niega a ser relocalizada en una vivienda municipal porque, como dice, “las casas son muy pequeñas”.
Otras familias en riesgo en el Centro, alrededor de 192, sí han aceptado entrar en el segundo proceso de relocalización; es decir, serán ubicadas en el proyecto municipal La Victoria del Sur (sector La Ecuatoriana).
En ese grupo están vecinos de los barrios: Monjas, La Libertad, Paluco, La Vicentina, El Guayco, San Francisco de Miravalle, La Vicentina Alta y del sector del Parque del Agua Yaku.
Teresa Guamán habita en San Francisco de Miravalle y cuenta los días para ser relocalizada. “Cambiarnos a un lugar seguro me dará la tranquilidad que nunca tuve”, menciona. En su barrio hay algunas familias que seguirán su ejemplo.
Pero mientras llega esa reubicación, la labor de los técnicos de la Unidad de Gestión de Riesgos se centra en seguir colocando plásticos en las pendientes de Quito. Y doña Marieta seguirá rezando al cielo para que las lluvias no arrasen el talud de su casa de la Línea Férrea.