En la Escuela República de Irak, maestras se encargan de armar las raciones. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
El estibador no llegó, así que el director se sacó el abrigo, se dobló las mangas de la camisa y junto con dos docentes, el conserje y el conductor del camión se puso manos a la obra.
Debían descargar las cajas del alimento escolar y almacenarlas en uno de los laboratorios de la Escuela Juan Genaro Jaramillo, de la ciudadela Atahualpa, en el sur de Quito. Las cajas que contienen bebidas y bocaditos se acomodaron sobre grandes mesones verdes.
Cuando llegó el cargamento, antes de las 07:00, empezó otra de las tareas de docentes y autoridades de instituciones educativas fiscales, en medio de la pandemia por el covid-19.
Desde marzo del 2020 se han entregado 67 millones de raciones (combinadas) a 1,2 millones de estudiantes del régimen Sierra-Amazonía, dijo el Ministerio de Educación. Se componen de: leches enteras, saborizadas, jugos, galletas y barras de cereal.
Con doble mascarilla, visores faciales y el cabello cubierto, equipos de trabajadores hacen entregas en los planteles.
En la Juan Genaro Jaramillo, al día siguiente de la llegada de productos estaba previsto que se armaran lo kits para sus 1 162 estudiantes: 22 líquidos y 19 sólidos, para cada uno.
Los alimentos son una ayuda para las familias de los niños, cuya economía ha sido afectada por la pandemia, comenta Marcelo López, director.
En los kits se han invertido USD 24,4 millones desde el inicio de la pandemia en el régimen Sierra-Amazonía. Cada ración, dice Educación, brinda un aporte de alrededor del 3 al 20% del total de energía y nutrientes que demandas los niños y adolescentes, según las recomendaciones del Ministerio de Salud Pública (MSP).
Tras una tercera jornada de entrega de la alimentación escolar Iván Fuentes, docente de educación física, habla de su compromiso con los estudiantes. Espera que la comida les ayude a seguir adelante.
Paralelamente a la preparación de los kits en ese centro, en Chilibulo, también en el sur, se esperaba la llegada de padres de familia de la Escuela República de Irak. Los pupitres, que los niños ya no usan, se colocaron en el patio.
Allí se ubicó José Luis Guerrero, maestro de quinto de básica, quien colaboró en la entrega de las fundas llenas de productos. Él lleva registros y se asegura de que el representante firme una hoja. La llegada de padres es esporádica. Pueden acudir de 11:00 a 13:00.
Mientras en el patio hay silencio y calma, en la dirección -una oficina de 100 m²- la actividad es intensa.
Rodeadas de cajas de cartón, cuatro maestras preparan los kits. Mientras una toma el número preciso de galletas, barras de cereal o de leches y jugos para cada estudiante, otra abre las fundas. Se la pasa a una maestra más, quien las sujeta con un nudo y las coloca sobre una mesa. Una cuarta docente llega rápido, desde el patio, a recoger más fundas y llevarlas al punto de entrega.
Saber que esa intensa jornada será en beneficio de los niños es la mayor motivación de Liliana Simbaña, profesora de primero de básica. “Aquí hay muchos alumnos que sí necesitan los kits, porque tienen desnutrición. En este sector las familias viven con menos de un dólar al día, así que es gratificante poder colaborar”.
Una concurrencia del 95% de los padres de 294 estudiantes se registra en ese plantel, calcula la directora, Ana Inchilema. Al resto les llevan los kits a sus casas, en coordinación con el Departamento de Consejería Estudiantil (DECE).
Después de retirar el kit, Cecilia Mosquera bajó a paso acelerado por la calle Chilibulo. A cien metros de la escuela hizo una pequeña pausa para persignarse frente a la imagen de la virgen María.
Luego de entrar a su departamento, en el segundo piso de la casa de su padre, la mujer colocó la funda sobre el comedor. Antes de soltarla por completo, José Antonio intentaba tomar rápidamente una galleta y una leche. “Todo me gusta”, admitió el niño de quinto de básica, quien además cuenta que disfruta al compartir los productos con su familia.
El pequeño tiene una caja de cartón en su dormitorio. Ahí acomoda leches, galletas, jugos y barras de cereal. En la casa viven seis personas, entre ellas la tía Anita, de 80 años, que al igual que el resto de la familia consume las colaciones.
En estos tiempos de covid-19, a veces no se tiene para el desayuno; nos sirven a todos, incluso para un bocado a media tarde”, relata la madre de familia. Por ello, las raciones para 22 días en casa de José Antonio duran dos o tres.