Hiroko Tabuchi. El Comercio, Lima. GDA
La escena, que se repite con frecuencia en Koenji, un barrio de Tokio, no se acerca para nada a las protestas que han sacudido Irán. Sin embargo, las protestas apenas si provocan desaprobación en la mayor parte del mundo, pero en este país, que valora la conformidad, representan un alejamiento de la norma.
Las protestas son frecuentes
En las vacaciones de Año Nuevo, un aproximado de 500 trabajadores temporales despedidos que habían perdido sus casas se congregaron en un parque del centro de Tokio, donde levantaron una ciudad improvisada de tiendas de campaña.
La escena condujo a un frenesí mediático y una introspección nacional sobre la situación difícil que viven los jóvenes.Desde 1960, cuando las protestas juveniles eran violentas, aun la forma más leve se ha visto como tabú. Sin embargo, el dolor de la recesión está cambiándolos y ha dado paso a un nuevo activismo en la juventud. “Estoy aquí porque quiero cambiar la sociedad”, gritó Yoshiro Sato, un líder de 28 años, ante unas 50 personas.
A diferencia de la generación del sesenta, que agitaba para cambiar la base burguesa, Sato y otros jóvenes luchan por ser parte de ella. Están exigiendo mayores oportunidades, más seguridad laboral y mejor seguridad social.
Tras tantas décadas sin un movimiento de bases, las protestas son tan raras en esta ciudad que muchos que quieren participar necesitan una capacitación.
El Centro de Investigación Asia Pacífico, un instituto con sede en Tokio que analiza temas sociales, organizó hace poco una marcha.
Después de un incremento importante en el interés de los jóvenes que dijeron querer participar más en asuntos sociales, pero que no sabían cómo hacerlo, el centro empezó a ofrecer lo que dice es el primer programa de capacitación de activistas de Japón. Se les enseña cómo hacer carteles y campañas en la red.
En realidad, la economía en crisis ha afectado indiscutiblemente más a los jóvenes. El desempleo fue de 9,6% en abril para los japoneses hasta los 24 años, en comparación con el promedio de 5%. El empleo y los beneficios sociales son escasos. Y el gasto estatal va dirigido a los ancianos.
En el primer trimestre del año, la economía de Japón se contrajo 14,2%. Muchos de los que perdieron el empleo fueron jóvenes. La disparidad alimenta las fricciones generacionales, en particular entre quienes cosecharon los frutos del crecimiento de Japón después de la Segunda Guerra Mundial y los más jóvenes que llegaron a la mayoría de edad en los noventa, cuando se estancó el crecimiento económico.
Cuando compañías como Canon y Toyota Motor empezaron a despedir obreros a fines del año pasado, un puñado de ellos arremetió contra los gerentes a las puertas de las fábricas, con frecuencia ante la televisión.
Hoy, los trabajadores se apresuran a sindicalizarse y según el Partido Comunista Japonés, registra unos 1 000 miembros nuevos al mes, muchos de ellos jóvenes.
Masahiro Mukasa, músico tecno y luchador social, empezó un sindicato para artistas y músicos independientes en diciembre. “La gente cree que los músicos solo se la pasan bien. Pero también tenemos que ganarnos la vida”.
No obstante, en una sociedad que valora la conformidad y el orden, la mayoría sigue siendo reacia a la confrontación y a las protestas. “Los japoneses opinan que es vergonzoso involucrarse en protestas”, dijo Makoto Yuasa, un activista de tiempo atrás.
“Este es el aumento más significativo en el activismo que haya visto en años”, comentó, sin embargo, Yoshitaka Mouri, un catedrático de la Universidad de Artes de Tokio. “Un movimiento se está gestando entre los jóvenes”.
Hajime Matsumoto, un activista que opera desde una tienda de artículos de segunda mano en Koenji, ha reunido a muchos partidarios en sus protestas.
Algunos que piensan parecido han abierto sus tiendas cerca y después de cerrar se reúnen para planear protestas. “¡Por fin empezó la revuelta de los pobres!”, gritó Matsumoto en un mitin, golpeando un conjunto de tambores. Su mensaje sonó bastante claro: “Incluso los pobres merecen una buena vida”.