Redacción Machala
Con el torso descubierto y empapado en sudor, Luis Pérez clava unos maderos en la arena. Lo hace frente a su casa, una frágil vivienda de 36 m² levantada con cañas y tablas, en la playa de Jambelí.
Pérez, cangrejero de 38 años, es uno de los afectados por el fuerte aguaje del pasado 15 de septiembre. “El agua ingresó con fuerza y se llevó el piso y la fachada”.
El comunero cree que las tablas que coloca, a 10 metros del mar, le ayudarán a proteger su casa de la fuerza de los próximos oleajes.
“Sobre los maderos vamos a poner mallas y a sostenerlos con sacos de arena. Así detendremos en algo a las olas”. Otros cuatro vecinos colaboran en la tarea. Se trata de los habitantes del sur de la isla, cuyas viviendas, también de caña, resultaron las más afectadas por el aguaje de aquel martes.
“Estamos haciendo una minga para protegernos por nuestra cuenta, porque no podemos esperar a las autoridades. La semana pasada vinieron, se dieron una vuelta y se regresaron enseguida”, se queja Antonio Cuenca.
Se refiere a la visita del ministro del Litoral, Nicolás Issa Wagner, quien llegó al balneario y ofreció gestionar de forma urgente recursos para proteger al sector turístico de la isla.
Las afectaciones son más evidentes en un tramo de 500 metros de la playa, desde el ingreso principal hacia el sur. Allí, el mar se acerca más al malecón.
En ese sector, el oleaje levantó los adoquines del malecón y debilitó las estructuras de los locales de comidas y de hospedajes.
Hoy, y tras los destrozos, los propietarios de los locales tratan de proteger sus negocios apresuradamente. Temen que los próximos aguajes ocasionen más daños. Edwin Erazo, administrador de la hospedería Bungaloo, se esfuerza en colocar sacos con arena delante del inmueble.
Dos conscriptos le ayudan a cavar unos hoyos, para hacer una especie de muralla. “No podemos esperar más, ya han pasado tres semanas y no nos ayudan”.
En Jambelí, los comuneros compraron 400 sacos para rellenarlos con arena y ubicarlos a manera de barrera. Cuenca asegura que otros 10 000 sacos, donados a la isla, permanecen embodegados en el retén de la Marina.
El Comité de Operaciones de Emergencia de El Oro ordenó, la semana pasada, que ya no se coloquen sacos con arena. La razón: los trabajos se estaban haciendo de forma antitécnica.
El sector turístico de la isla es el que más siente los estragos. Las picanterías, discotecas y bares están cerrados y nadie se pasea en lo que aún queda del malecón. La ausencia de turistas es notoria. Los locales, muchos todavía cubiertos con escombros, están amurallados con los sacos repletos de arena de la playa.
“El fin de semana pasado apenas llegaron 30 personas, cuando lo normal es que tengamos entre 100 y 150 clientes, entre el sábado y el domingo”, afirma Carlos Castillo, administrador del restaurante Acuario Beach, uno de los más concurridos.
Este local ayer estaba vacío, al igual que los negocios continuos. “Estamos perdiendo alrededor de USD 700 semanales por la ausencia de turistas. Imagínese si seguimos así cuando llegue el próximo feriado”, añade Castillo.