Manuel Maldonado
Manuel Chiriboga, columnista de El Universo, divide a la izquierda latinoamericana en tres: la jacobina, la reformadora y la quejumbrosa.
La jacobina, supuestamente reformista, depende de un líder iluminado, pone énfasis en el papel del Estado en la conducción económica, ejerce una democracia plebiscitaria sin respeto al contrincante, considerado obstáculo al proyecto refundador, y tiene una visión antiimperialista fundamentalmente anti Estados Unidos.
La izquierda quejumbrosa solo se queja y la reformadora busca un equilibrio constante entre mercado y política pública, para impedir los excesos del capitalismo, ampliar los derechos y oportunidades y lograr los necesarios equilibrios sociales.
De las tres, la única izquierda eficaz es la reformadora, la que gobierna exitosamente en Chile, Brasil y Uruguay. Sus resultados son, según Manuel Chiriboga: crecimiento económico sostenido incluso durante la crisis mundial, reducción de la pobreza (de 38% en época de Pinochet a 13% con Bachelet) y fortalecimiento cada vez más fuerte de las instituciones republicanas (talvez la evidencia más fuerte es que ninguno de los líderes citados consideró la reelección, a pesar de su altísima popularidad).
¿Por qué el socialismo del siglo XII es una recalcitrante izquierda jacobina a pesar de su ineficacia probada, que se refleja en el aumento de la pobreza, el crecimiento del desempleo, la intensificación de la criminalidad, la lucha de clases y la descomposición acelerada del país? ¿Por qué el socialismo del siglo XXI opta por el camino probadamente equivocado?
A mi juicio, la respuesta es simple, pero profundamente conmovedora. La izquierda jacobina es depredadora, megalómana y autoritaria. Ve al Estado como un botín para el enriquecimiento ilícito y la apropiación permanente del poder con objetivos políticamente lujuriosos. Es una izquierda de tipo mafioso que se camufla bajo el ropaje de la ideología, pero a cuyos líderes les gusta el poder, la buena vida, la riqueza y la adulación. Es una izquierda que reparte mendrugos a las masas pero acumula un riqueza mal habida de forma cínica y audaz.
En esta izquierda no hay nada de ideológico. Ve al Estado como un botín y al pueblo como un rebaño ignaro fácilmente manipulable. Es una izquierda destructora y rapaz. El pueblo tendrá que soportarla para que aprenda a identificar las que a mi juicio son las dos únicas corrientes válidas de la izquierda: la izquierda honesta reformadora y la izquierda torcida del siglo XXI.