Es penoso lo que ocurre en torno a la iniciativa ITT. No solo por el virtual fracaso del proyecto que proponía mantener bajo tierra cerca de 1.209 millones de barriles de crudo, sino por los argumentos y actitudes que he podido escuchar en los últimos días.
Primera decepción. Cuando estábamos en campaña por la Constitución, los fieles seguidores de la revolución ciudadana -con Su Majestad a la cabeza- se llenaban la boca diciendo que sería una de las cartas políticas más avanzadas del mundo porque contemplaba, como ninguna otra, los derechos de la naturaleza. ¿Dónde quedó todo? Sí, en la basura.
Lo que pasa es que en realidad todo esto es letra muerta y ha sido hecho solamente para ilusos. Parece que no tiene ningún significado que dentro del Parque Yasuní se encuentra una de las zonas más biodiversas del mundo. Un santuario de vida silvestre. Y allí mismo habita uno de los últimos pueblos originarios y no contactados que existen en la humanidad. Hablo de los tagaeri y taromenane. Si en el primer caso nos referimos a un patrimonio natural de la humanidad, en el segundo a un patrimonio cultural de la humanidad.
Segunda decepción. Si lo antes expuesto no significa nada para el Gobierno, peor aún para los llamados expertos petroleros. Da vergüenza ajena escucharlos. Dicen: “Si no aprovechamos los hidrocarburos de nuestro subsuelo eso no disminuirá la cantidad de combustibles usados en el mundo y habrá, más bien, otros países que sí extraerán petróleo para suplir la demanda global”. No es un tema de cuánto gano o dejo de ganar.
Es un asunto de principios, de criterios ambientales y culturales que superan cualquier lógica economicista y extractivista. Añado algo más. ¿Dónde están los ingresos de 40 años de actividad petrolera? ¿Más petróleo para qué? ¿Para una caja fiscal inflada por el gasto dispendioso y poco transparente? ¿Para llenar los bolsillos de quién? ¿De la vieja o nueva burguesía? ¿De los señores de Pdvsa a quienes , de manera irresponsable y escandalosa, se entregan los recursos petroleros del Ecuador?
Tercera decepción. Creo que es producto de la debilidad mental o la inclinación a pensar como “subdesarrollados”. El compromiso de mantener el petróleo bajo tierra debe responder a unos principios, criterios y profundas convicciones. Esto no puede estar supeditado del aporte o no de las grandes potencias. Así de simple.
Y, para terminar, si su inquietud pasa por el tema de los recursos económicos, le digo, sin temor a equivocarme, que esa preocupación es inútil si no resolvemos previamente la cuestión del modelo económico y de desarrollo que requiere el Ecuador. Los bueyes van delante de la carreta. No al revés.