Redacción Siete Días
Nadie recuerda, con exactitud, el día en que comenzó la colección de Isabel Vega. Ni siquiera ella, pues su manía de coleccionar ‘cucas’ comenzó cuando era ‘chiquitita’.
Los cálculos de la familia es que ya han pasado unos 30 años desde que, en las vacaciones en las casas de las tías en Ambato y Riobamba, la pequeña Isabel recibía esas muñecas de papel para recortar, con todo un ajuar de trajes variados según la ocasión.
Hoy, Isabel Vega es madre de dos hijas, Bárbara de 14 años e Isabella de 8. Pero en todos estos años nunca dejó de coleccionar sus muñecas de papel, que hoy son más de 300 y se guardan celosamente en una carpeta con divisiones por orden alfabético.
Cada ‘cuca’ tiene un nombre y una nacionalidad, que Vega le otorga según le parezca.
¿Cómo armó su colección? De vuelta de las vacaciones, con su madre recorría las papelerías para encontrar ‘cucas’ nuevas. Hasta que todas las que encontraba eran repetidas. “Para mí se convirtieron como en los cromos: ya tengo, ya tengo, ya tengo… el objetivo era buscar una cuca nueva”.
Los viajes eran oportunidades para ampliar la colección. En Loja, en Ibarra, donde fuera, rastreaba las papelerías antiguas para dar con una muñeca distinta. “En las nuevas, ya la gente no sabe lo que es una ‘cuca”.
Cada día se hace más difícil sumar estas muñecas. Pero la coleccionista está atenta a cualquier señal. Por ejemplo, cuando fue el concurso Miss Ecuador y en EL COMERCIO hicieron una ‘Susy-cuca’ de María Susana Ribadeneira, a quien se le podía recortar el traje típico, ella prohibió que tocaran el periódico.
Tiene también ‘cucos’. Por ejemplo, Petete, del ‘Libro Gordo de Petete’. Sus hijas conocieron al personaje gracias a ese ‘cuco’. Tiene policías, bomberos, doctores…, que son los amigos de las cucas, sus novios, sus abogados…
En una ocasión, se pasó comiendo funditas de ‘snacks’ porque tenían una promoción en la cual regalaban ‘cucas’. Su esposo, Roberto Larco, sabe que cada vez que sale de viaje tiene que averiguar por las ‘cucas’. Y una vez que sus tíos se fueron a Europa, le compraron ‘cucas’ europeas, con varios vestidos muy lindos.
Las muñecas le ayudaron a enseñar a sus hijas el valor real de las cosas. “Cada hojita de ‘cuca’ cuesta USD 0,10. Aprendieron a divertirse con algo que no tiene un precio alto. Saben que uno puede tener alegría con algo sencillo, tradicional, no con un juguete caro. Ellas -sus ‘cucas’ de carne y hueso- quieren seguir sus pasos. Hasta compiten por quién se va a quedar con la colección de mamá.