Según la Comisión de Derechos Humanos del gobierno, casi 200 personas se quitaron la vida en Irak en los primeros cuatro meses de 2019. Foto: AFP
Tanto a Ahmed como a Nada les costaba hablar abiertamente de sus intentos de suicidio, pero ahora están venciendo este tabú doloroso, en tanto Irak registra un número creciente de casos.
Unos 200 suicidios se constataron entre enero y abril, algunos transmitidos en vivo en las redes sociales, lo que ha obligado a instituciones políticas, religiosas y medios de comunicación a asumir un problema, sobre todo entre los jóvenes.
En Irak, con 40 millones de habitantes, los problemas de salud mental y el suicidio han sido tradicionalmente tabúes. El islam, dominante, y religiones minoritarias como el cristianismo condenan la autoeliminación.
Nada, nombre ficticio, de 24 años, señala que, “al no ver luz al final del túnel” desde los 12 ha realizado varios intentos de suicidio.
Privada de estudios por sus padres, abusada por sus hermanos, y casada con un hombre violento, ha intentado todo: veneno para ratas, cóctel de medicamentos, cortarse las venas de los brazos o tratar de ahorcarse.
Ahmed, de 22 años, lo ha intentado en dos ocasiones para hacerse escuchar por su familia, que le negaba unirse con la mujer que amaba.
“Sin otra opción”
“No tenía otra opción”, dice este habitante de Nasiriya, a 300 km al sur de Bagdad. “Mi familia es muy religiosa y rechaza los matrimonios por amor”, continúa. “¡Quieren inclusive elegir a mi esposa!”, afirma.
También inciden los traumas psicológicos y problemas económicos tras más de 40 años de guerras, el desempleo alcanza al 15% de la población -se duplica entre los jóvenes-, la condición de la mujer -sostén familiar en un hogar cada diez-, así como el peso de la tradición, que complica la vida a jóvenes y mujeres.
Resultado: un aumento de suicidios en más del 30% entre 2016 y 2018, de 383 a 519, según la Comisión de derechos humanos del Parlamento.
Además, estas cifras incluyen sólo suicidios reconocidos puesto que, frecuentemente, desde el sur chiita, rural y tribal, hasta el norte kurdo, pasando por el oeste sunita, no se declaran los ahorcamientos, muertes por armas de fuego o envenenamientos como suicidios. Además, no existen registros de intentos.
“Años sobreviviendo”
“Durante años, sólo se pensaba cómo sobrevivir al terrorismo”, dice una psiquiatra bajo el anonimato. “Ahora, la gente empieza a lidiar con problemas sociales, como el suicidio o las drogas”, añade.
Es muy difícil ignorar este fenómeno cuando los jóvenes se ahorcan o se lanzan desde un puente, con imágenes en directo en las redes sociales.
Amal Kobashi, quien dirige la oenegé Iraqi Women’s Network, recibe solicitudes de ayuda en un país donde aún está mal visto consultar un psicoterapeuta.
Esta activista cree que esta “publicidad” tendrá efectos “positivos”
Estos videos han provocado tal reacción que se les han dedicado programas completos, e incluso dignatarios religiosos participaron en ellos.
El gran ayatolá Alí Sistani, máxima autoridad entre los chiitas iraquíes, llamó a los dirigentes a “encontrar una solución a la cuestión ” del suicidio debido a la “ desesperanza respecto al futuro”. El influyente líder chita Moqtada Sadr denuncia un fenómeno “que mata toda esperanza”.
“Números verdes, spots en TV”
Para la psiquiatra de Bagdad, si bien “se habla más del suicidio, no siempre se hace de la manera correcta”. “Ciertos religiosos lo atribuyen a la falta de fe, y esto no ayuda”, añade.
Se inclina por “campañas de choque, con números verdes” para aquellos que se sienten tentados, “ anuncios televisivos que propongan soluciones de apoyo ” , en un país con apenas tres psiquiatras por millón de habitantes. Suiza tiene 444 y Francia 209, según datos de la OMS.
Para Kobashi los jóvenes son los más tentados, pues “se trata del grupo etario más damnificado en cuanto a empleo, educación y atención” médica.
En Bagdad, la policía fluvial patrulla el Tigris, y entre enero y abril socorrió a 36 personas a punto de autoeliminarse lanzándose al agua.
Se ha pensado en vallar los puentes, puesto que a veces llegamos tarde, comenta el general Mohamed al Rubaye, exjefe del servicio de socorro.
Una vez, fueron llamados porque una mujer había saltado al río junto a dos hijos. “La madre y uno de los niños fueron salvados, el otro no”, rememora.