La intensidad de lo micro...

Cristina Arboleda

Las miniaturas chinas, el trajinar de las hormigas, el átomo,  la poesía como un bocado en el haikú japonés,  lo mínimo y a la vez tan esencial ha cautivado a la humanidad de todos los tiempos. Con esta misma fascinación, el escritor ecuatoriano Édgar Allan García se enfrenta al microcuento,  ese reto de contar algo en pocas líneas y  de una manera estética, que mueve al lector a crear un mundo en su imaginación, que lo lleve a sentir en su piel diversas emociones y a reflexionar profundamente, igual que lo hacen otros géneros de la literatura. Y es precisamente con una parodia del icónico microcuento ‘El dinosaurio’, del guatemalteco Augusto Monterroso, que Édgar Allan participó en el I Concurso Internacional de  microrrelatos Museo de la Palabra de España.

Hoja de vida

Édgar Allan García nació en Guayaquil, en 1959, pero se ‘nacionalizó’ esmeraldeño, bajo la consigna de que los esmeraldeños nacen en donde les da la gana. Vive  en Quito,  hace más de 30 años y, aunque tiene cuatro hijos quiteños, todavía se siente un turista en la capital.

Hasta el momento ha publicado 27 libros de ensayo, poesía y narrativa. Consta en siete antologías literarias y es coautor de seis libros. 
 
En tres ocasiones ha ganado el Premio Nacional Darío Guevara Mayorga, en dos la Bienal de Poesía de Cuenca y el Premio Nacional Ismael Pérez Pazmiño.
Además ha obtenido  galardones internacionales como el premio  Plural (México), el Mantra (Argentina) y el Susaeta (Colombia).Las bases del certamen eran   muy específicas: una extensión máxima de 100 palabras y solo un texto por cada autor. En la convocatoria, los organizadores de la Fundación César Egido Serrano de Madrid argumentaban que el premio consistente en 7 000 euros (por menos de 100 palabras) convertía al concurso en el mejor dotado del mundo. La acogida fue abrumadora: 3 682 personas de 44 países distintos suscribieron sus textos y aún no se ha emitido el veredicto final. Sin embargo, cuentan ya con una lista de 100 finalistas, entre los que se encuentra Édgar Allan, y que serán incluidos en una obra antológica que se publicará a escala mundial.

“Augusto Monterroso leyó su cuento considerado el más pequeño del mundo...” es el inicio de su microrrelato concursante. En apenas 99 palabras, el texto no solo narra la reacción de un escritor envidioso ante esta delicada y pequeñísima pieza de arte, sino que está implícito un  diálogo entre el microcuento de García y el de su  antecesor, Monterroso, al mismo tiempo que  la parodia y el sorpresivo desenlace mueven a la risa. La idea, confiesa Édgar, nació de una anécdota que contó el escritor guatemalteco alguna vez, haciendo referencia a que alguien le había dicho que su texto no era un cuento, a lo que él había respondido que era cierto, que en realidad era una novela. “Pero a mí me parecería que había que contarlo, no desde el punto de vista del autor, sino desde otra perspectiva, y  el resultado fue ese”, afirma. Y esta  vez, el resultado se inclina a favor de Édgar Allan, pues logró el desafío de recrear un universo en unas pocas líneas.

La creación de un microcuento es un orgasmo narrativo. Implica, según el escritor ecuatoriano, dos ingredientes esenciales: brevedad e intensidad, pero con la condición de que se esté contando algo. El reto es demandante y la caída, a pesar de la corta extensión del texto, puede ser mortal: “A veces, hay que decirlo, empiezo el microrrelato por una palabra sin saber a dónde voy a dar. Muchas veces me estrello y 10 líneas más tarde me doy cuenta de que estoy en un camino sin salida y que de eso no se salva nada”. Pero, en otros casos, como en una visión mística, se fragua en la cabeza el cuento completo o todo el poema o incluso una novela. “Creo que al microcuento sobre todo hay que entrar por la vía de la revelación, porque no hay oportunidad de enredarse, es decir, es tan breve lo que tiene que suceder, que o dices estrictamente lo necesario o ya se convirtió en un cuento de mediana o gran extensión”.

Los temas de la obra de este escritor ecuatoriano son variadísimos, así como los géneros en los que ha incursionado. Pero hay un elemento recurrente en ellos, el humor  a través de la parodia, de la ironía o incluso el sarcasmo. “De quién más me burlo es de mí mismo, porque cuando les cuento mis anécdotas a mis amigos me siento el personaje más ridículo del mundo. Es también  una característica familiar. Me crié en un medio en que la risa nos salvó de las peores crisis”, dice, con una sonrisa profundamente seria.  En este ir y venir de un tema a otro, en la fluctuación  entre las formas literarias, se refleja también  su forma de crear:   mantiene al mismo tiempo diversos proyectos y jamás  se deja absorber por una sola musa.

“La risa nos salvó de las peores crisis. Así que siempre  estoy bromeando sobre muchas cosas”.En el borde de los límites de la ficción, podría decirse que la intensa brevedad del microcuento es una metáfora de la vida de este escritor esmeraldeño, que vive en Quito hace más de 30 años. La  pequeña lente del telescopio que está parado frente a la ventana de su sala le permite viajar a lugares distantes; en su departamento emergen torres más o menos pequeñas de libros devorados por instantes, que no están pendientes, pero que aún no han sido leídos hasta el fin; y en una pecera con caracolas  y peces de vidrio se abre el mar sobre una mesa. Édgar Allan García se bebe la vida a sorbos, degustando su sabor en cada trago: “Para mí la vida es  aquilatar esa brevedad e   intensidad”, sentencia.