El sonido de una campana es la señal para que toda la Escuela Superior de la Armada forme en el patio principal.
Vestidos con un uniforme color caqui y mascarillas, los aspirantes a oficiales se preparan para empezar una intensa jornada de estudios.
Desde las 07:00 hasta las 19:00, los guardiamarinas, como se conoce a los cadetes, reciben instrucción en cálculo, física, química y matemáticas. El dominio de estas materias servirá para el manejo de sistemas de buques, corbetas, helicópteros, aviones y submarinos que tiene la Armada.
La formación de los futuros oficiales dura cuatro años. Durante ese tiempo permanecen en la escuela, un centro de formación que opera en Salinas (Santa Elena). El paso a esas instalaciones es restringido para los civiles. Las medidas se reforzaron este año por el covid-19. Un equipo de EL COMERCIO ingresó el viernes 6 de noviembre del 2020 y conoció la rutina de los 250 guardiamarinas que allí se educan.
El director de la escuela superior, Marco Rocafuerte, explica que antes de graduarse, los aspirantes a oficiales como Alférez de Fragata también son instruidos sobre las leyes que rigen en el mar. En cuarto año les preparan además con materias relacionadas a las leyes marítimas, policía marítima y derecho internacional.
En el comedor, las mesas mantienen una separación de dos metros.
Desde el 2014, la malla de estudios cambió y se reforzaron para combatir al narcotráfico, la pesca ilegal, el contrabando, el tráfico de personas y los robos a pescadores. “En el mar no hay policías, fiscales o jueces en los que nos podamos apoyar. La Armada es la única institución del Estado que ejerce control y nuestros estudiantes están formados para combatir cualquiera de estas amenazas”, dice el comandante Rocafuerte.
Cada año, la Escuela Superior Naval recibe a 90 nuevos aspirantes. Su selección duraba 10 meses, pero este año los tiempos se redujeron a la mitad por la pandemia.
El virus ha modificado la convivencia de los guardiamarinas. Primero, porque los separó de sus familias durante cinco meses. Desde marzo, cuando se inició la emergencia sanitaria, hasta julio, toda la escuela se aisló. Los permisos para salir cada semana se suspendieron y las visitas que recibían todos los domingos también.
Fueron días difíciles. Así lo recuerda Iván Vieira, un joven que cursa su tercer año. Él cuenta que cuando el virus empezó a propagarse les prohibieron los deportes de contacto como el fútbol, el básquet y el ecuavóley. También tuvieron que trotar y nadar en grupos pequeños.
Los dormitorios se readecuaron. El distanciamiento hizo que en un lugar donde había dos literas ahora exista una. Incluso dejaron de utilizar los tradicionales uniformes blanco y caqui, pues los servidores que se encargaban de lavarlos y plancharlos ya no asistieron. En esos días, los guardiamarinos utilizaban solo prendas deportivas y se encargaban de lavarlas.
Los aspirantes a oficiales realizan la limpieza de sus habitaciones.
Pero eso no afectó en su formación. Melani Ortega cursa su segundo año y cuenta que desde que dejó su casa en Guayaquil ha aprendido a ser más responsable y disciplinada. “Aquí todos somos organizados, tenemos horarios para cada actividad. Estamos activos desde las 05:30 hasta las 23:00. Al principio es duro, pero luego se vuelve tu forma de vida”, relata mientras muestra su cama tendida.
Ella recuerda que durante los días de aislamiento se enteraban de las noticias de los contagios en el comedor. Los estudiantes de primer año eran los encargados de leer previamente los periódicos digitales y luego entregar un reporte a sus compañeros.
“Esta es una tradición de la Armada. Así los nuevos aprenden a hablar en público y de paso informan a los estudiantes de mayor rango”, dice uno de los instructores. Otra práctica de formación que utilizan durante la comida es que los nuevos se sienten al filo de las sillas, sin usar el espaldar. “Es para que se acostumbren a mantener una postura erguida”, relata otro instructor. Ellos comen en escuadra. Es decir, utilizan dos movimientos rectos para llevar la cuchara a su boca.
La intensa rutina hace que no todos se gradúen. Al menos un 20% deserta durante los cuatro años. Ellos tienen que pagar el tiempo que el Estado invirtió en sus estudios. Por ejemplo, si un estudiante de cuarto año sale debe cancelar al menos USD 18 000.
En cambio, si logran aprobar todos los años, la Armada los premia con un viaje por el mundo en el Buque Escuela Guayas. Por seis meses, los futuros oficiales realizan una travesía para aprender a convivir en el mar. Viajan a EE.UU. y Europa y compiten con otras Armadas.