La integración de Ecuador a la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), ha causado gran alboroto. Muchos dirigentes de la oposición y empresarios, que en la mayoría de los casos son lo mismo, han puesto el grito en el cielo, argumentando que el país no gana nada, que la mayoría de los Estados miembros de Alba son pequeños y débiles, que con ello Ecuador se compromete más con Venezuela, que metidos en este club de extremistas nos alejamos de otras alternativas de relación internacional más importantes.
Por su parte, el Gobierno ha sostenido que este paso consolida una postura independiente del país en el ámbito latinoamericano y mundial, que existen reales posibilidades de integración entre los miembros, y que se abren espacios de colaboración concretos en el campo financiero y energético, entre otros.
Oponerse a una iniciativa de ampliación de nuestras relaciones internacionales por prejuicios ideológicos es incorrecto. Si con nuestra presencia en Alba consolidamos relaciones con países con problemas y posibilidades de colaboración comunes, por más pequeños que sean, no podemos sino pensar que el paso es positivo.
Participar en un organismo en que coincidiremos con otros países que tienen gobiernos progresistas, especialmente si está inspirado en los ideales del Libertador, está muy bien, ya que de este modo tendremos, aunque fuera en forma limitada, una posibilidad de equilibrar la influencia regional de los grandes poderes de la tierra, y de emprender en proyectos de común beneficio.
Pero creer que Alba es un proceso de integración, más aún que puede remplazar a la Comunidad Andina, es un grave error. La integración es un mecanismo complejo de agrupamiento de países que tienen fronteras comunes, que pueden formar un bloque económico y desarrollar una unión aduanera y un mercado común, entre otras cosas. Alba puede ser un gran espacio de cooperación internacional, pero nuestro destino está vinculado a nuestros socios andinos y sudamericanos.
Están errados quienes, argumentando que la integración andina está en crisis, sostienen que debe ser desmantelada para optar por la Unasur. En verdad, ya la CAN no es un objetivo final. Nuestro horizonte integracionista debe ser toda Sudamérica. Pero eso no significa que debamos abandonar 40 años de experiencia y de avances para comenzar desde cero la integración subcontinental.
Germánico Salgado, hay que repetirlo, dijo ya hace 12 años, que la integración andina es un eslabón para la integración sudamericana. Debemos potenciar los avances de la CAN y acercarla al Mercosur en el marco de un sistema sudamericano, que solo puede surgir de la integración actual y no de un esfuerzo paralelo, que nos haría perder tiempo y recursos. Ecuador necesita cumplir su vocación integracionista.