Hugo Romo Castillo
Recurrir al insulto en las intervenciones presidenciales es la regla y no la excepción. Como el estilo tiene adeptos, en una mesa redonda realizada en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el 26 de marzo, escuchamos a la asambleísta Betty Carrillo referirse al poder de la prensa como un poder del “hijue…”. Estamos convencidos que la falta de elocuencia no justifica el insulto, pero si no hay forma de evitarlo, sugerimos acudir a fuentes bibliográficas especializadas: ‘Diccionario del Insulto’, ‘Tratado del Insulto’, ‘El arte del insulto’, etc. Autores como Millán, Luque, Pamies, Manjón, etc., ofrecen amplia información al respecto y quienes precisan este recurso deben acudir a dichas fuentes para mejorar su oratoria.
Para no quedarnos en el campo lingüístico, analicemos las cifras de insultos publicadas por Ethos, más allá de su locus epistemológico: 171 insultos en 48 enlaces sabatinos, nos da una media de 3,56 insultos por enlace. Asumimos que estos eventos siguen una distribución de Poisson y la utilizamos para calcular la probabilidad de que el Presidente repita uno o más insultos en los siguientes enlaces: 1 insulto(98%); 2 insultos (86%); 3 insultos(65%);…9 insultos (1,4%). Es muy poco probable que nos libremos de los insultos presidenciales.
Podemos pedir que ilustre a los jueces para que juzguen a todos estos infractores por igual. Si algún milagro ocurre y decide abandonar esta mala costumbre, podría fundamentar tan sabia decisión en las palabras de Diógenes de Sínope: “El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”.