En los años ochenta, con la gran influencia marxista en la Universidad sobre gran parte de estudiantes y buen número de profesores, predominaba la tesis que la ciencia jurídica no era sino el vehículo con el que se materializaba el control de los poderosos sobre los otros grupos de la sociedad, en la medida que era una superestructura diseñada e impuesta por las clases dominantes.
De allí que permanentemente se insistía en que luego de la toma del poder, por el mecanismo que fuere, había que instaurar un nuevo orden jurídico que protegiese a los grupos supuestamente débiles contra los atropellos del poder. Claro está, el encargado de encarnar esa mesiánica misión iba a ser el Estado, que en ese momento debía estar integrado por seres que, desde la teoría, al estar sumidos en las tesis revolucionarias, estarían despojados de intereses terrenales e imbuidos en la ética de los nuevos tiempos: vivir y servir al nuevo orden. Tanto repitieron esta coletilla que realmente se la creyeron, pero más que para crear un nuevo sistema les fue útil para derrumbar la institucionalidad existente, a la que desacreditaron permanentemente aprovechándose de las deficiencias y conflictos que se sucedieron a lo largo de estas tres décadas.
Nunca creyeron en el Derecho, ni antes ni ahora, probablemente no lo harán en el futuro. Seguirán pensando que simplemente la tarea de crear leyes es acomodar unas cuantas frases a los intereses concretos de turno para, a través de una mayoría, ponerlas en vigencia. Así mismo, la administración de justicia desde la ética revolucionaria y siguiendo el eslogan “todo dentro de la revolución nada fuera de ella”, tiene que acomodarse y buscar una forma de aplicación de la norma que se adecúe a los intereses de turno, además, para muchos es un tema de sobrevivencia.
Desde esa óptica el Derecho pasa a ser una ciencia inservible. No se ha entendido jamás que la ley tiene que ser la expresión de lo que sucede en la sociedad y una forma justa de poner las reglas para la convivencia civilizada, contemplando mecanismos para la solución de conflictos, dando la razón a quien la tenga, dejando de lado intereses.
Los países que se han desarrollado tienen como elemento común el respeto a la ley, con lo que cada ciudadano sabe exactamente cuál es el comportamiento que debe esperar de sus conciudadanos y autoridades. Si se viola la norma existirá una consecuencia y una sanción. Han entendido que no hay nada peor que el abuso y la impunidad.
Por acá se sigue con la escala de valores de hace décadas. Las normas solo servirán para favorecer a los poderes de turno y no para crear condiciones de progreso en armonía y libertad. No hay cultura ciudadana de respeto a la ley y esta solo se logrará con la enseñanza y actitud permanente que rescate lo positivo de la vigencia de un Estado de Derecho, aún cuando vaya contra la corriente.