Huir de Siria: del horror de la guerra al refugio en América Latina

Varias personas guardan cola para recibir ayuda humanitaria iraní en el barrio de Al Zahira en Damasco (Siria). Foto: Youssef Badawi/ EFE.

Varias personas guardan cola para recibir ayuda humanitaria iraní en el barrio de Al Zahira en Damasco (Siria). Foto: Youssef Badawi/ EFE.

Varias personas guardan cola para recibir ayuda humanitaria iraní en el barrio de Al Zahira en Damasco (Siria). Foto: Youssef Badawi/ EFE.

Nadie tiene el número exacto, pero son por lo menos 6000. Y siguen llegando, náufragos de la guerra civil en Siria. Buscan refugio en América latina, escapando de un conflicto que desde 2011 ya expulsó a 3,2 millones de inocentes fuera de las fronteras de una nación convertida en la más violenta del mundo.

Llegan con lo puesto, quizá con unos ahorros y -sin duda- con lágrimas y recuerdos de su país, de sus familiares y amigos perdidos entre las balas y la artillería de esa tierra arrasada. Echan anclas en Brasil o en la Argentina, donde las comunidades sirio-libanesas son las más numerosas. Son ellas las que les dan una mano para empezar una nueva vida, aunque otros países de la región también les abren las puertas.

"La mayoría de la gente en Siria piensa sólo en una cosa: en que todo termine", dice Yussef, el nombre de que elige sobre la marcha un refugiado de 25 años, en diálogo con LA NACIÓN, y que por seguridad prefiere ocultar su identidad. "Los que están con el gobierno o contra el gobierno llegaron a un punto en que ya no pueden más. Cuando salen de sus casas no saben si van a volver o no", añade.

Yussef deja inconcluso un partido de backgammon que jugaba con otro refugiado, Firas, en la Asociación Cultural Siria, del barrio porteño de Caballito. Aclaran que en Siria el juego se llama tawle y sostienen que sus ancestros lo aprendieron de los turcos, de cuando la Siria actual formó parte durante largos siglos del Imperio Otomano.

Mientras juegan al tawle, los dos amigos toman mate. ¿Será la adopción de una costumbre criolla una forma de sentirse a gusto en su nuevo país, un paso en la integración social? No necesariamente. Se trata más bien de un hábito que ya traían de Siria, donde la infusión tiene miles de adeptos y se importa desde la Argentina, Uruguay y Paraguay. La diferencia es que cada uno tiene su propio mate, como si fuera un café, en vez de hacerlo circular de mano en mano.

Yussef estudiaba Derecho en Damasco, la antiquísima ciudad que vio pasar imperios y crecer civilizaciones, y que desde 2011 vive una guerra sin cuartel que comenzó como una protesta ciudadana de la extendida "primavera árabe".

Otra refugiada que viajó a la Argentina cuando estaba estudiando es Mariana. Al relatar su historia, esta chica de 19 años demuestra una perfecta adaptación al porteño: "Al principio, en mi pueblo, no pasaba nada. Vivíamos en paz, tranquilos, y todo el quilombo estaba en las ciudades lejanas. Cuando entraron los terroristas -por los rebeldes sirios- no pensábamos que iban a matar gente. Con ellos estaba todo bien".

La 'primavera árabe' fue flor de un día. A las primeras marchas pacíficas contra el régimen de mano dura del presidente Bashar al-Assad siguieron una represión sin tregua y una rápida escalada hasta la guerra total. El conflicto ya dejó más de 200.000 muertos, 7,6 millones de desplazados internos y otros 3,2 millones fuera del país, repartidos casi todos en campos de refugiados y otras viviendas precarias de sus vecinos Jordania, el Líbano y Turquía.

Los sirios que se escaparon a América Latina pueden considerarse, a su manera, afortunados. Bien lo sabe Yussef, que si volviera a Siria tendría que hacer el servicio militar obligatorio. La alternativa, aunque no lo dice, sería ir a la cárcel como desertor en prisiones de mala fama. Su objetivo pasa por la vida civil: conseguir trabajo en la Argentina y cursar 13 materias para revalidar el secundario y retomar los estudios de Derecho en la universidad.

Su compañero de tawle, Firas, dejó a sus padres y cinco hermanos en la ciudad de Homs, en el centro de Siria. Dice que mientras más se acercaba la violencia, más lejos tenían que mudarse. Hasta que una de las ciudades más activas del país se convirtió en un polígono de tiro. Eludir la muerte se volvió una práctica insostenible, incluso para los más atentos a cualquier peligro al acecho.

"El que tenía parientes en otro barrio se mudaba para allá, pero después hubo que irse a las afueras, y de ahí a Tartus o Damasco, buscando zonas más seguras. Los que tenían familiares o conocidos fuera del país pedían un visa para irse", cuenta.

Firas pidió la visa argentina en Damasco y desde hace un año vive en Buenos Aires, donde trabaja de herrero, el oficio que aprendió en su tierra. Desde entonces, tiene un ojo en la Argentina y otro en Siria.

"Me gusta la natación, jugar al fútbol, al tawle, pero más que nada en los ratos libres sigo las noticias de mi país. Estoy muy preocupado por lo que está pasando allá, porque están mis padres y mis hermanos."

Y tiene razones para inquietarse. En una mezcla de árabe y castellano, enumera una larga lista de víctimas del conflicto dentro de su familia: el cuñado que murió de un disparo a quemarropa, el primo intoxicado con gases venenosos, otro primo que fue blanco de un francotirador, uno más que voló por un coche bomba.

Así describe la toma de Homs por parte de grupos rebeldes, muchos de ellos radicalizados por la ofensiva del gobierno y el hechizo mortal del extremismo islámico, en una guerra en la que -según documentos de la ONU y otras organizaciones- todos los bandos cometen graves violaciones de los derechos humanos.

Escapar de una de las zonas más calientes del mundo es sólo parte del problema. Hay que instalarse en el nuevo país, aprender el idioma y conseguir trabajo, quizá la fase más compleja y, a menudo, inalcanzable. Aunque se hacen amigos rápidamente y se sienten cómodos en sus nuevos hogares, son muchos los que a falta de oportunidades laborales tienen que volver a Siria y a su estruendo cotidiano, o buscar suerte en otra parte.

Otro que intenta salir adelante es Dyaa al-Refaee, de 22 años, que estudiaba Ingeniería de la Información en la Universidad de Damasco y a quien las bombas convencieron que debía dejar el país. Su familia es de Deraa, la ciudad donde empezó la revuelta contra Bashar al-Assad en 2011, en el sur del país. Ahora está radicado en Río de Janeiro, con mujer y trabajo.
Dyaa dice que debió escapar de Siria no por los rebeldes, sino por la feroz represión del ejército. "Bombardeaban la ciudad donde estaba mi familia de manera indiscriminada. Su responsabilidad era protegernos, no bombardear sólo para mantenerse en el poder", cuenta.

"En este momento los sirios tienen tres opciones: quedarse en los países vecinos, pero sin derechos; venir a trabajar a un país como Brasil, o pagar 4000 dólares por los barcos de la muerte para llegar a Europa", dice Dyaa, vía correo electrónico. Eligió Brasil. Conoció gente, se casó y trabaja como vendedor en un negocio de ropa en Río. Su familia, los estudios y "el sueño de un futuro como ingeniero" para el que se preparaba desde el secundario quedaron atrás. Sus padres y hermanos están en Jordania con otros familiares, lejos del salvajismo de la guerra. "Ahora mi familia es mi mujer; mi hogar está acá. No volveré a mi país, salvo de visita, por supuesto."

El mayor receptor
Brasil es, por lejos, el centro de la nueva ola de refugiados sirias en América Latina. Entre el enorme tamaño de la comunidad árabe, las facilidades del gobierno a quienes huyen de la guerra y la colaboración de la oficina de la ONU para refugiados (Acnur), hoy 1500 sirios tienen oficialmente el estatus de refugiados. Otros 4000 entraron con otras visas.

Sin duda, tanta compañía tiene sus contras. Bu Suleiman, un chef de 42 años que busca trabajo en una cocina, contó en una entrevista con la BBC que con la afluencia de compatriotas es difícil conseguir un puesto en un restaurante de comidas típicas sirias. "Hay muchos sirios que vienen y todo está muy lleno", se lamenta.

La Argentina puso un marcha en noviembre el llamado Programa Siria para facilitar el ingreso y la estadía de refugiados. Según cifras oficiales, desde que estalló la guerra llegaron al país 174, aunque la cantidad real sería mayor.

El de Dana, una profesora de inglés que llegó hace un año a Brasil, parece el testimonio de una conversa religiosa o el secreto del éxito de una empresaria en ascenso. Pasó por cuatro trabajos mientras se adaptaba y aprendía el portugués. "Al principio fue muy difícil -le dijo a un sitio web de O Globo-. Pero después de que me hice amigos brasileños, con ayuda de la comunidad árabe de aquí se hizo fácil. Ahora estoy feliz."
Como buenos inmigrantes, ninguno se resiste a trabajar en algo ajeno a su profesión. Lo esencial es parar la olla, sostener a la familia y construir una nueva vida.

En la Asociación Cultural Siria de Caballito, Haizam, un abogado de 46 años, dice que perdió su estudio, su casa, su auto y hasta un campo en Homs, y que ahora vive para sus hijos, de 12 y 15 años. "Mi cuñado vivía en la Argentina y siempre nos decía que viniéramos para acá. Llegué con los bolsillos vacíos; no pude vender nada. Ahora preparo y reparto comida. Mi vida pasa por mis hijos, yo no tengo futuro", se resigna.

Está por verse el futuro de un grupo de refugiados que se instalaron en octubre pasado en Uruguay. Gracias a un programa de la Secretaría de Derechos Humanos y la Acnur, unos 120 refugiados aterrizaron en Montevideo con un programa de reasentamiento diseñado especialmente para ellos. Consiste en ayudar a las familias a obtener trabajo, vivienda y asistirlas durante dos años. Un lujo que las autoridades uruguayas, al principio, dijeron que esperaban ampliar y "contagiar" al resto del continente. De hecho, la Argentina puso un marcha en noviembre el llamado Programa Siria para facilitar el ingreso y la estadía de refugiados. Según cifras oficiales, desde que estalló la guerra llegaron al país 174, aunque la cantidad real sería mayor.

Uno de muchos dramas detrás de la guerra

7,6 millones
Es la cantidad de sirios que, empujados por la violencia, tuvieron que dejar sus hogares y desplazarse dentro del país, según la ONU.

3,2 millones
Son los refugiados sirios que ya dejó el conflicto; los países más cercanos son los que recibieron a la mayoría de los desplazados (Turquía, el Líbano, Jordania, Irak y Egipto).

6000 sirios
Se estima que llegaron a América latina tras escapar de la guerra civil que azota a su país

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