Perplejo está el mundo con la desfachatez de ciertos populistas del siglo XXI y su capacidad para convertir a su favor, a veces más allá de la lógica, los avatares de la política local y jugar al filo de lo tolerable.
Para eso, antes, han forzado las normas y extreman los límites de lo posible a niveles insospechados. Pero más allá de las ideologías que profesen estos líderes, está probado que cuentan con el apoyo del voto popular, siempre respetable, no siempre sabio.
En la Venezuela de Chávez y con una Ley habilitante, el Presidente se convierte en legislador supremo acudiendo al pretexto de la emergencia climática que azota ahora a su país y evadiendo el paso lógico por la Asamblea -allá también le bautizaron así al Congreso- que desde enero tendrá una mayoría no sumisa como ha acostumbrado en estos últimos años.
Días antes, un intento de controlar los contenidos de la Internet muestra un avance mayor en ese afán irresistible para los populistas autoritarios de vigilar, mangonear y controlar los contenidos para evitar una opinión pública donde fluyan las ideas de modo libre y plural, como corresponde a una sociedad democrática. Con el pretexto de impedir los excesos en materia sexual que ciertamente circulan por la Internet, el histriónico líder quiere condenar a la sociedad venezolana a un anacronismo impropio para estos tiempos donde el adelanto tecnológico acerca a la gente a la autopista de la información y la libertad cunde en el plantea, claro está menos en aquellas sociedades de partido único y retardatarias donde esa libertad no se concede desde el poder al pueblo.
En la bota Itálica el peculiar líder de Forza Italia, magnate de los medios de comunicación, aventurero irredento y hasta dirigente de un gran equipo de fútbol -por desgracia en eso coincido- buscó pasar una ley mordaza de prensa, quiere evitar que sus escándalos se ventilen y superó con una ínfima votación de apoyo una moción de censura ,lo que provocó altercados de orden público en las calles de la milenaria Roma.
Los líderes populistas se parecen en todas partes y su vena autoritaria y controladora nace en los que profesan un discurso socialista y lo conjugan con prácticas neofascistas, lo mismo que en otros políticos de distinto color pero similar hedor.
Todo esto sucede en un mundo que mira con cierta desconfianza las revelaciones de los Wikileaks, los secretos de la diplomacia que navega entre los temas de Estado y el rumor ramplón y espera, con cierto morbo , algún secreto de alcoba de los hipermaquillados líderes mundiales y sus prácticas de bajo mundo, a la hora de desplegar sus artimañas de espionaje y correos de brujas.
Más allá de la práctica poco sana de robar información secreta, está la imposible frustración de guardar confidencias en una sociedad digital donde el ser humano es menos ser y humano y más tecnodependiente.