Dan Smith, de 88 años, ha sido testigo de momentos decisivos de la tensa batalla de Estados Unidos por la igualdad racial. Foto: AFP
En la larga batalla por la igualdad racial en Estados Unidos, hay pocos testigos que hayan asistido a tantos momentos importantes como Daniel Smith, de 88 años.
Protestó en Alabama, aclamó a Martin Luther King Jr. en Washington y vio la investidura del primer presidente Barack Obama.
Pero Smith es, sobre todo, un vínculo vivo con uno de los capítulos más sombrío de Estados Unidos: su padre, Abram, nació esclavo hace 157 años.
Dan recuerda cómo su padre, ya anciano, le hablaba a él, un niño, del árbol donde ahorcaban a los esclavos, de un propietario que obligó a un esclavo a lamer la rueda de una carro y de cómo ese hombre perdió parte de su lengua cuando quedó helada en el metal e intentó despegarla.
Estados Unidos ha avanzado, pero Smith considera que la presidencia de Donald Trump es un retroceso.
“Estoy muerto de miedo”, dice el anciano en su casa de Washington. “Intenta desbaratar todo lo que hemos logrado con el movimiento de los derechos civiles”, prosigue, en cuestiones como el “derecho de voto, la justicia y la igualdad”.
Unos inicios humildes
Abram, el padre de Dan Smith nació en Virginia en 1863, dos años antes de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Se instaló en el norte, en Connecticut, donde tuvo seis hijos con su segunda esposa, Clara. Dan, el quinto, nació en 1932.
Seis años después, Abram murió tras ser atropellado por un auto. Los ingresos de Clara eran escasos, y Dan empezó a trabajar desde joven, como asistente de un veterinario.
Sus recuerdos escolares están llenos de episodios de discriminación. Pero Dan era apuesto y tenía éxito con las chicas blancas. Su madre no veía con buenos ojos esas relaciones: ¿qué pasaría si los padres se enteraran de que sus hijas salían con un chico afroamericano?
Una tragedia
Tras terminar la educación secundaria, es reclutado por el ejército y enviado como enfermero a Corea.
Regresa sano y salvo de la guerra. El ejército financia sus estudios universitarios al igual que los de muchos de sus compañeros.
Una tragedia empaña esos años. Dan trabaja en un campamento de verano. Un día lleva a un grupo de niños a ver un viejo embalse y vive una escena de terror: una niña ha desaparecido en el agua.
Alguien la encuentra inconsciente y la tumba en la orilla. Dan toma su pulso: el corazón late. Pero cuando empieza a hacerle el boca a boca, un policía le grita desde lejos: “¡Ya está muerta!”.
Dan comprende que el policía prefiere que muera la niña antes de ver cómo la rescata un hombre afroamericano haciéndole el boca a boca. Se detiene.
Décadas después, el recuerdo lo sigue atormentando. “Hay cosas con las que la gente debe cargar toda la vida. Me pone enfermo”.
“Yo tengo un sueño”
Tras conseguir un diploma, Dan obtiene un empleo de trabajador social en un hospital.
Convive con Barry Fritz, un joven que estudia psicología. Es él quien le convence de superar su miedo a la violencia y de unirse a la gran marcha por los derechos civiles en Washington en 1963.
Los dos amigos se pierden por el camino, suena la sirena de un vehículo policial que los hace detenerse en el arcén. Para su sorpresa, el policía los lleva a una casa donde pernoctan otros manifestantes.
Al día siguiente, están en Washington, envueltos en una marea humana, para ver el discurso más célebre de Martin Luther King: “ ¿Yo tengo un sueño…”.
“Todo el país estaba allí”, recuerda.
Pero el joven no está listo para dedicarse a la militancia. Viaja a Alabama para cumplir su sueño: estudiar veterinaria.
“Acoso”
Pero, en los años 1960, el sur de Estados Unidos era el epicentro del movimiento por los derechos civiles.
Alentado por el presidente de su universidad, que forma parte de los centros históricamente afroestadounidenses, participa en un programa de alfabetización y se encarga de un proyecto de inscripción en las listas electorales de los afroestadounidenses del condado de Lowndes.
En aquella época, el 80% de los habitantes del condado eran afroestadounidenses, pero ningún estaba inscrito para votar, una situación habitual en el sur del país.
Dan vive entonces dos episodios que le dejan huella. Unos supremacistas blancos incendian el edificio donde se encuentra su despacho.
Y una noche, mientras conduce un automóvil, un grupo de jóvenes en un vehículo lo persigue unos 30 km por la carretera, le dedica insultos raciales y le pide que se detenga. Dan busca refugio en una gasolinera donde hay varios clientes afroestadounidenses. Los acosadores no se atreven a detenerse.
Presidentes
En 1968, Dan se muda a Washington y compra una casa donde vive con su primera esposa y sus dos hijos. Encuentra un trabajo como funcionario federal.
Su mayor orgullo es un programa de formación de médicos de cabecera en las zonas rurales y pobres, que aún existe. En 1972, pocos funcionarios afroestadounidenses eran encargados de proyectos con decenas de millones de dólares de presupuesto. Pero la igualdad no es total, a diferencia de sus colegas del mismo nivel jerárquico, él no tiene secretaria.
Tras su jubilación, en los años 1990, se implica en la creación del memorial de la guerra de Corea y se convierte en acomodador en la catedral nacional de Washington, donde guía a invitados destacados como los presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama.
En esa catedral se casó con su segunda esposa, Loretta Neumann, funcionaria federal y militante ecologista blanca.
La pareja salió a manifestarse este verano con miles de simpatizantes del movimiento “Black Lives Matter” (las vidas de los afroestadounidenses importan) . Sus ojos se llenan de lágrimas al recordar las protestas.