Daniel Honciuc estudia matemáticas, química y física nivel avanzado, así como chino mandarín. Patricio Terán / EL COMERCIO
Busca la foto de un análisis de acciones de Sears, en su iPhone. Es parte de un ensayo que preparó para su clase de Economía. Tenía -relata Daniel Honciuc– un imperio en el siglo XX, pero en octubre se fue a la bancarrota. En su gráfico de predicciones aparecen las fechas en que Amazon, compañía de comercio electrónico, la superó en ingresos.
Minutos después, el niño de 11 años habla de la levitación magnética y de la fuerza de repulsión. Entre cientos de piezas -acomodadas sobre el piso de su sala- parte de sus proyectos científicos, robots e incluso una computadora que ha armado, no halla un palo hexagonal, para demostrar cómo se mueven los trenes en Japón, resultado de esos efectos.
Daniel es un ‘gifted child’ o un niño superdotado. Para algunos especialistas, entre el 3 y el 5% de la población podría tener habilidades excepcionales para razonar y aprender. Pero ese porcentaje está en discusión, pues para otros engloba apenas el cociente intelectual.
La Asociación Nacional para Niños Superdotados de EE.UU. los define como chicos que van 10% más arriba de la media, para su edad, en lo académico, arte, deportes.
La ‘superdotación profunda’ de Daniel es un caso excepcional, de menos del 2% de habitantes. Para describirlo, en su colegio dicen que es uno en un millón. Cursa el segundo de Bachillerato Internacional. Aunque a su edad los chicos van en sexto de Básica. Además, tomó clases avanzadas en línea del Center for Talented Youth de Johns Hopkins University, del 2015 al 2018.
Su madre, la manabita Liliana Menéndez, pasó por alto hechos no típicos en bebés y niños de corta edad. Por ejemplo, que a los 2 años leyera o que contara hasta el 2 831. La ingeniera eléctrica no había estado en contacto con más pequeños. No le sorprendió su facilidad para el autoaprendizaje de idiomas, mapas, etc.
Algo similar le pasó a Gabriela Minuche, con Maité, que cumplirá 12, el 15 de este mes. Para ella y su esposo que su hija leyera y escribiera a los 2 años fue de lo más normal. Pero una “profesora fantástica” les sugirió someterla a pruebas para ratificar la condición, que también tienen sus tres hermanos: Gael de 7, Noa de 5 y Lía de 2.
Hay estereotipos -dice Gabriela- de lo que es un niño con altas capacidades. “Creen que son enciclopedias; les piden resolver problemas matemáticos, como si fueran máquinas”.
Incluso el Ministerio de Educación cometió ese error con la niña. En el 2018, el distrito en Guayaquil decidió que saltara el séptimo año (el proceso se llama aceleración). Y le tomaron los exámenes correspondientes, sin que jamás hubiera recibido ese contenido. En dos semanas tuvo que prepararse.
Pero hay otras dificultades que aún sortean chicos con altas capacidades en Ecuador.
“La superdotación se confunde con hiperactividad o problemas conductuales”, comenta Luis Gallegos, del Centro Educativo Luis de la Torre, que enriquece contenidos para sus alumnos. Con su esposa lo retiraron porque su hijo, hoy alumno de la USFQ, era tratado como un “niño problema” en planteles. Los profesores querían enseñarle otra vez, cosas que ya sabía. Y aún pasa, lo atestiguan padres de familia.
En la Academia Cotopaxi, Daniel es el primer caso de aceleración. La primera (a los 4 años) y la segunda (a los 9) fueron de un curso y la tercera, de cuatro cursos. Se hizo tras revisar su historia con Linda Silverman, la psicóloga dirige un centro que estudia superdotación en EE.UU.
Según Paola Torres, rectora de primaria, sus maestros identifican ritmo, interés y potencial del momento de cada alumno. Trabajan en la ‘zona de desarrollo próximo’, de Lev Vigotsky, margen en el que les dan oportunidades de aprender. Si un niño -ejemplifica- ya lee y el docente le enseña igual que al resto sonidos iniciales, se distraerá, interrumpirá. Ya lo sabe. Necesita retos.
Para la psicóloga Fanny Alencastro, estudiosa de la superdotación, un diagnóstico es esencial. “Ellos ven el mundo de manera distinta, se pueden sentir fuera de lugar, por sus sensibilidades. Su alta capacidad no es sinónimo de éxito”.
Ellos son, según Silverman, la cara opuesta de niños con dificultades de aprendizaje. Ambos tienen necesidades educativas especiales. Son más intensos, emotivos, sensibles.
Gabriela, mamá de los cuatro niños, le da la razón. Cree que podrían tener tres edades: cronológica, intelectual y emocional. Su hijo de 7 años a veces puede hacer el berrinche de uno de 2, ante injusticias o al sentirse frustrado.
Maité, que terminó el octavo de Básica, aprovechó las vacaciones en la Costa para ingresar al preuniversitario de Medicina en la U. de Especialidades Espíritu Santo. Si lo pasa, quiere quedarse en la carrera.
Daniel -según su colegio- en los exámenes saca puntajes más altos que otros alumnos que van a Harvard o Stanford. Esa última consta en su ‘top 3’ de universidades, más los tecnológicos de Massachusetts y de California. Quiere seguir ingeniería aeroespacial. En junio, en un cohete experimental de la NASA, partió uno de sus proyectos sobre la salprieta.
Al niño, el único con dientes de leche en secundaria, se le humedecen los ojos al hablar de la sensibilidad que viene en el ‘paquete’ de la superdotación. No tiene mejores amigos. Es feliz en su clase. Es dulce. Se despide con un abrazo.