Redacción MantaLos colores turquesa y azul marino abrazan el interior y exterior de la casona de hacienda, ubicada a 150 metros de la playa en la ensenada de Salango, en el sur de Manabí. Después de 70 años, el inmueble de estructura de madera y cubierta de zinc y Eternit, ícono histórico del cantón Puerto López, recuperó su esplendor.En el lugar se concentraban las actividades económicas de la época. En sus amplios patios se acopiaban toneladas de tagua, café y cacao, que eran luego exportados a EE.UU. y Alemania.
Más detalles En el 2006 la casona de hacienda Salango fue declarada patrimonio cultural. 245 piezas arqueológicas declaradas en colección por el INPC están en custodia de la comunidad. La parte museográfica empezará a funcionar a fines del 2010. Cerca de la hacienda Salango se construyeron cinco cabañas para recibir a científicos y estudiantes de arqueología.
En la casa también había actos sociales. Los políticos que llegaban en busca de apoyo hacían del lugar su sitio de concentración, dice Robinson Arcos, director del Centro Museo Salango.El proyecto de restauración empezó en mayo del 2009 con USD 94 000 de inversión. El dinero provino del fondo de los embajadores de EE.UU. para la preservación cultural, la ayuda de la Florida Atlantic University-FAU, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural y una contraparte de la comunidad de Salango. La otrora casona, donde funcionó desde 1898 un centro de acopio de productos agrícolas, desde hace dos semanas, es la flamante sede del museo y sala de exposiciones itinerantes.Para devolverle la plenitud al inmueble de 320 m² y dos plantas, Jhonny Ugalde, responsable de la renovación, trabajó con 25 expertos y 20 voluntarios de Salango que participaron en la rehabilitación arquitectónica.La tarea fue minuciosa. Se cortaron los calces de madera en la zona de cimientos y se los reemplazó con elementos de hormigón. Así, la estructura garantiza la vida útil de la casa y preserva su historia, dice Ugalde.La pintura de aceite que cubría las vigas y cuartones de guayacán tras la reconstrucción en 1940 fue removida. Una combinación de preservantes de madera fue aplicada para extender la vida por 100 años más.Resuelto el tema estructural, el trabajo en el interior fue más sencillo. Las paredes de cedro de castilla presentaban un 10% de deterioro, merced al ataque de polillas y bichos propios de la Costa. Para conservar el aspecto colonial de puertas, ventanas, pasamanos y el balcón que circunda los costados y la zona frontal de la casa fue necesario el trabajo de siete carpinteros, por seis meses, para su preservación.La cubierta de Eternit fue reemplazada por planchas de fibrocemento. La última fase será devolverle la vida a través de los colores, pues la idea es que la casona pueda ser observada por los navegantes que cruzan por la ensenada, explica el experto. Arcos resaltó la ayuda del fondo de embajadores de EE.UU. Parecía, que todo sería cuestión de años. Dice que todo se inició en 1979. Entonces el programa de antropología del Ecuador, bajo la dirección de Presley Norton, inició las excavaciones en Salango en busca de evidencias de la vida de las culturas Manteña, Machalilla y Valdivia.Con los objetos encontrados se inicia la vida del Museo Salango; desde entonces se conformó el Centro de Investigaciones y Museo Salango, señala Arcos.La Casona Salango fue de un grupo de notables de fines del siglo XIX. Iban y venían, se llevaban la producción agrícola en barcos, cuenta Fabián Lucas, residente del lugar. “Esos datos me contaron mis abuelos”, señaló.La zona es rica en detalles de la historia de las culturas precolombinas. Todo ahora forma parte del valor agregado para el turismo que ha despuntado desde hace 25 años, señaló Arcos.Recuerdos de la haciendaAlfredo Acuña y Marcial Figueroa tienen dos similitudes: ambos nacieron en este enclave marino y coinciden en que la casa fue el punto central del comercio en el sur del perfil costanero de Manabí.Alfredo recuerda que sus padres le contaban que la casona era el centro de acopio de tagua, café y cacao. En pueblos cercanos había agricultura y pesca. La tagua se acumulaba en montículos de hasta 8 metros. Cuando había mucha, llegaban los barcos. En pequeñas pangas se llevaba el ‘marfil vegetal’ hacia las naves que luego cargaban en Machalilla y en Manta, evoca Acuña. Figueroa aún recuerda cuando los mayores contaban a los niños que en la casa compraban telas, máquinas de coser y víveres. “Había mucho movimiento. Creo que mucho más que en lo que hoy es la cabecera cantonal”. Gente estadounidense y alemana dirigía el negocio.