El gusto por beber comienza en la familia en Ecuador

Chicos disfrutan de sus bebidas en el bar Chervsker, ubicado en La Mariscal. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

Chicos disfrutan de sus bebidas en el bar Chervsker, ubicado en La Mariscal. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

Chicos disfrutan de sus bebidas en el bar Chervsker, ubicado en La Mariscal. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

Todo comenzó en el 2015 en una reunión familiar. Los primos de Darwin Allauca, quiteño de 20 años, consumían cervezas. Él, entonces menor de edad, los miraba y sentía curiosidad. Así probó su primer vaso de alcohol.

El consumo de licor es una práctica normalizada en varios hogares, en festividades. Así, las bebidas ingresan con más facilidad y se constituye en una “oportunidad para debutar”, cuenta Darwin, quien a sus 16 años probó vino.

Este quiteño está en el grupo etario que tomó licor por primera vez entre los 15 y los 19 años. Un 71,7% de adolescentes en ese rango de edad lo hizo. En menor cantidad los chicos entre 10 y 14, con 21,3%.

Son datos nacionales, no muy frescos. Constan en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut), 2011-2013, la última realizada en el país. La nueva se levantará este año. Desde el 2018, la Secretaría Técnica de Drogas pasó al Ministerio de Salud, que no cuenta con datos al respecto.

Además de las casas, otro espacio para iniciarse en el consumo de alcohol son las reu­niones con amigos de barrio, colegio o universidad.

Los Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE), de colegios públicos y privados, cuentan que el alcohol es lo que más encuentran los viernes, en las mochilas; por ello se realizan charlas preventivas.

Darwin acude a los bares de La Mariscal, en Quito, cada 15 días. Y bebe por diversión.

Con una frecuencia similar van Kimberly Espinosa, de 18, y Tiffany Lanche, de 22. La primera bebió su primera cerveza a los 16, pero no lo hace constantemente. Teme quedarse dormida en la calle, escena común en el sector pasadas las 03:00; cuando se ve a jóvenes tambaleándose o en el suelo.

El 51,5% de 5 260 universitarios encuestados en el 2016 consumió alcohol al menos una vez en los últimos 30 días, previos al estudio. De estos, 58,1% o 3 056 fueron hombres y el 45,5% o 2 393, mujeres. Este último dato aumentó tres puntos porcentuales si se compara con el 2012 (42,3%). Mientras que la cifra en hombres bajó.

Las cifras constan en el Estudio Epidemiológico Andino sobre Consumo de Drogas, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Pese a los datos e historias, Ecuador aparece en el último puesto del listado de consumo de alcohol en la región. Aquí se beben 4,4 litros anuales por persona. Uruguay lo encabeza. Lo dice un informe de la OMS, del 2016.

Las luces y la música en los locales de La Mariscal se encienden con intensidad a partir de las 18:00, hora en que llegan más clientes. En todas las mesas hay vasos de cerveza.

David Flores, quiteño de 30 años, frecuenta cada semana los locales para beber una cerveza junto con sus amigos.

Él probó licor a los 13. También por curiosidad. ¿Qué se siente hacerlo? y descubrir cuál era el sabor de la cerveza fueron interrogantes que rondaban en su cabeza. Luego de 17 años descarta problemas con las bebidas. “Lo controlo”.

¿Toda persona que bebe puede convertirse en alcohólica? La respuesta es no, según explica Esteban Ricaurte, del Centro de Psicoterapia.

El alcoholismo -dice- está ligado a un conflicto personal y familiar, que genera malestar y desemboca en el consumo excesivo, intenso y frecuente. Si un chico bebe hasta embriagarse, cada dos semanas, no es necesariamente alcohólico.

“Una cosa es consumir por recreación y otra a causa de un problema personal”.

En el primer caso -bebedores moderados y excesivos- no necesitan tratarse. Pero habrá consecuencias físicas y mentales como cirrosis, infartos o males del sistema nervioso.

“Tratamos problemas graves de alcoholismo, incluso, en adolescentes de 15 años”, relata el médico psiquiatra Alberto Castellano, de la Unidad de Salud Mental del Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS.

La razón -dice- es la normalización del consumo en casa. “Si un adulto bebe con naturalidad en el hogar, el chico cree que la práctica es correcta”. Aún faltan, considera, campañas de prevención más “agresivas” en escuelas y colegios.

Guápulo es otro punto de diversión visitado por jóvenes. La dinámica es intensa los viernes, en donde se prefieren licores como el canelazo.

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