Tres guayaquileños, enamorados de Quito

Alejandra Castañeda, asesoraen la Corte Constitucional.

Alejandra Castañeda, asesoraen la Corte Constitucional.

Vías angostas, falta de control en el transporte público y el pesado tránsito en horas pico son aspectos que Quito debe mejorar. Así lo expresan tres guayaquileños que, por motivos sentimentales y laborales, viven en la capital.

Aunque todos resaltan la seguridad que existe en esta urbe en comparación con su ciudad natal, los temas relacionados con el sistema de transporte y su calidad son los que más han dificultado su adaptación.

Las largas horas que permanecen dentro de un vehículo inmóvil en el tráfico o los empujones que reciben en la Ecovía generan situaciones estresantes para estos guayaquileños. En el Puerto Principal hay, en promedio, 350 000 vehículos, mientras que en Quito bordea el medio millón.

Ante este escenario, ellos consideran que se debería dar más importancia a sistemas o mecanismos alternativos de movilización dentro de la ciudad: la bicicleta o la caminata.

En este 9 de octubre (Independencia de Guayaquil), los tres dicen que han combinado sus tradiciones con las locales, para poder tener una mejor adaptación. El hornado, el mote y las papas con cuero ya son parte de su dieta, sin dejar de lado los mariscos, los bolones y el cebiche. Aunque al principio su adaptación pudo ser difícil debido al clima y a su personalidad, los tres dicen -sin tapujos- que Quito es su hogar. En cuanto a su vestuario, la ropa abrigada la usan solamente aquí, en el ‘Manso’ ni la llevan.

‘En Quito se da más importancia a la historia y a las tradiciones’

Alejandra Castañeda, asesoraen la Corte Constitucional.

Me encuentro en esta hermosa ciudad por temas profesionales, desde el 2010, pero Guayaquil no deja de ser mi esencia. Las personas que me conocen saben lo que significa para mí esa ciudad; es su gente, es el caminar por el malecón y es escuchar a Julio Jaramillo.

Lo primero que me impactó al llegar fue que el comportamiento de la gente era un poco diferente. Recuerdo, cuando salí un domingo a las 19:00, que no había un alma; cuando vivía en Guayaquil, recién a las 22:00 salía de mi casa para ir al cine. Creo que allá la vida es un poco más movida y acelerada y creo que se debe al clima.

El frío de la noche influye en que las personas se guarden más temprano en su casa, mientras que allá el calor infernal hace que todos salgan. También extraño un poco el short, los vestidos, ver a los hombres con guayabera, en fin, la ropa más ligera que no es común vestir acá. Aunque Guayaquil es una ciudad más moderna y cosmopolita, de Quito me gusta su historia, el Centro Histórico, la importancia que se da al arte y las tradiciones que todavía se mantienen. La papita, el mote y la comida de la Sierra me gustan, pero no podría cambiar nunca el bolón, el tigrillo o mi cebichito para el chuchaqui.

En temas de seguridad me parece que esta ciudad está más avanzada, aquí puedo ir en mi auto con los vidrios bajos y no me siento tan insegura como cuando estoy allá, pero al pico y placa todavía no me acostumbro. Me encanta esta ciudad y cada día me gusta más estar acá. Uno aprende a amar los lugares donde vive, pero mis mejores recuerdos están en Guayaquil, por eso siempre vuelvo y echaré raíces ahí.

Movilizarse en transporte público puede ser estresante’

Carlos Cacierra, evaluador en Banco Pichincha

Hace dos años y tres meses llegué a Quito y, todavía, no termino de conocerlo. Al principio esperaba que sea viernes para correr a la terminal y tomar un bus para irme a Guayaquil a visitar a mi familia y amigos. Ahora, prefiero quedarme en la capital para conocer sus atracciones turísticas y evitar el cansancio del viaje.

El Centro Histórico, la Mitad del Mundo y sus parques son los sitios que más me gustan de la ciudad. El hornado y las papas con cuero también se han convertido en parte de mi dieta. Mis compañeros de trabajo me han ayudado más con el proceso de adaptación.

Ellos me tienen paciencia porque uno nunca pierde ese toque guayaco que me hace ser una persona acelerada y más alegre de lo común. Con el tiempo me he convertido en la alegría de la oficina. Aunque en el futuro sí me quedaría a vivir en Quito, todavía hay cosas que le faltan mejorar.

El transporte público, por ejemplo, es un aspecto en el que se debería poner mayor atención. A las 17:30, que es la hora a la que generalmente me subo a la Ecovía los viernes, las personas se empujan, van apretadas y el trayecto es estresante. Manejar también me causa estrés, porque las calles son angostas, lo que hace que el tráfico sea aún más pesado.

Por eso, debido a los lugares que transito para ir a mi trabajo durante las mañanas, prefiero caminar y aprovechar que las veredas están adaptadas para que las personas circulen sin peligro de ser atropelladas. Además es una forma de conocer la ciudad, mientras conservo la línea.

En seguridad no he tenido problemas, aunque sí tengo compañeros que han sido víctimas de asaltos.

‘A la ciudad todavía le falta solidaridad en sus comunidades’

María Antonieta Dávila tabaja independientemente

En 1980, en Guayaquil, no había lugares adonde ir a patinar. Por eso, empecé a venir a la capital a practicar este deporte que me gustaba. En una de esas visitas conocí al quiteño que se convirtió en mi esposo y por él decidí mudarme a esta ciudad. La idea nunca fue vivir en Guayaquil, porque él ya tenía su trabajo acá y yo iba a empezar a trabajar junto a él.

Inicialmente extrañaba a la familia, amigos, el clima y recordaba todas las opciones que tenía en mi ciudad. Las personas también son diferentes, al principio no son tan abiertas, pero me gusta que siempre son respetuosas y ordenadas. Poco a poco, fui adaptándome a la cultura y con el tiempo he podido formar
verdaderas amistades. También aprendí a cocinar platos quiteños, que los mezclamos con los sabores de la Costa. Estos 20 años han pasado volando, mis tres hijos se educaron acá y ahora ya tengo tres nietos que también son quiteños; por eso, es imposible que algún día regrese a vivir a Guayaquil.

Aun así, dos o tres veces por año todavía voy a visitar a mi familia, a la playa o aprovecho para reunirme con mis excompañeros de colegio. Admito que ya me siento como una quiteña más. Cuando voy, mi acento me delata y demuestra que me he convertido en una mezcla; no soy ni de aquí ni de allá. Los taxistas siempre me preguntan si soy de Guayaquil y, en Guayaquil, me preguntan si soy de Quito. A pesar de todas las cosas positivas y aunque no me gusta comparar, creo que a la capital todavía le falta un buen transporte público y solidaridad entre los miembros de la comunidad, que contribuiría a que la inseguridad sea menor dentro de los barrios de esta ciudad.

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