Cuando crearon ÁnimaEC pensaron en una línea rápida para prevenir suicidios. Luego llegó la pandemia y la ‘app’ del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil amplió su alcance para dar acompañamiento telefónico ante la fuerte crisis emocional.
A inicios de noviembre, en medio de la ola de violentos atentados, dio un giro y su trabajo aumentó. Pasaron de 30 a 45 llamadas diarias de personas estresadas porque habían escuchado casos de ‘vacunas’ (extorsión), y otras en ‘shock’ porque vivían junto a Unidades de Policía Comunitaria (UPC), que eran el blanco de ataques criminales.
“No estaban directamente amenazados, pero vivían con incertidumbre”, recuerda el psicólogo José Rivadeneira, coordinador de Servicios Digitales de Salud Mental del Instituto. “Esa incertidumbre causa cuadros de ansiedad, estrés agudo y estrés postrauma”.
El 1 de noviembre el país sufrió al menos 13 atentados con explosivos y coches bomba. Guayaquil ha sido el epicentro de la mitad de los más de 140 atentados con explosivos registrados entre enero y septiembre en Ecuador, según el Ministerio del Interior.
Las secuelas no solo las experimentan los afectados directos. El impacto de la violencia social en la salud mental se extiende por las redes sociales y circulan en teléfonos, multiplicando la cifra de afectados indirectos. Rivadeneira explica que ese fenómeno ha reactivado los cuadros ansiosos que dejó la pandemia, caracterizados por un estado de alerta permanente que raya en la paranoia, sin llegar a serlo.
Otra grave consecuencia es el peligroso efecto de la normalización de la violencia entre los niños. En barrios, escuelas o en urbanizaciones de Guayaquil se ve a niños que juegan a lanzar bombas o corren con pistolas de plástico en sus manos. Es un llamado a una intervención urgente en salud mental.
Analfabetismo emocional
¿Por qué sociedades como la japonesa se levantaron de una catástrofe como Hiroshima y Nagasaki? El psicólogo Gino Escobar lanza la pregunta para reflexionar sobre la importancia de aprender a gestionar las emociones.
El director de la Unidad de Salud Mental de la Alcaldía de Guayaquil explica que todo evento traumático afecta al equilibrio emocional, en la medida que cada persona use sus propias herramientas o habilidades psicológicas para buscar una solución.
Por eso, dice, no hay que enfocarse en el evento, sino en la forma de afrontarlo. “Tenemos años diciendo que vamos camino a convertirnos en lo que fue Colombia y nos quedamos sentados, esperando que suceda. No hay una cultura de prevención”, asegura y agrega que el problema está en que sociedades como la nuestra han decrecido en su capacidad de ser resilientes.
“Y esa es una consecuencia del miedo, que en exceso causa terror -explica-. Los sicarios, por ejemplo, son personas con alto nivel de miedo, desvalorización del amor propio, frustración y conductas autodestructivas”. Ese es el efecto de lo que Escobar denomina ‘analfabetismo emocional’. La salida está en la reeducación urgente de la población adulta y la educación de los niños en la gestión emocional propositiva, para buscar soluciones desde las comunidades.
El Municipio impulsa este ejercicio con víctimas directas de la violencia social. Los recursos emocionales son la base. Rivadeneira menciona la habilidad de efectividad interpersonal, para expresar lo que se siente y estar listo para mediar ante los conflictos.
También menciona a la regulación emocional, para no perder el control ante un hecho impactante; y la tolerancia al malestar o reconocer que hay situaciones que se escapan de nuestras manos y que es necesario plantear alternativas que nos afecten lo menos posible. Su aplicación debe hacerse con acompañamiento de un psicólogo.
Violencia estructural, el origen
Jóvenes, adolescentes, incluso niños. Una investigación en 12 comunidades del noroeste de Guayaquil concluye que los grupos que generan violencia reclutan a los más vulnerables de estos sectores populares, que también han sido los más violentados.
Jorge Delgado, del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, que realizó el estudio junto con Misión Alianza Noruega, dice que estos son arrastrados bajo amenazas o se acercan por sus condiciones de pobreza.
Pero la violencia estructural es el origen: falta de acceso a vivienda digna, educación y salud, sin proyectos de seguridad comunitaria ni espacios recreativos.
Cerca de 150 personas participaron en encuestas y grupos focales entre abril y septiembre. El acercamiento no fue sencillo por el miedo y estrés; pero encontraron apoyo en las lideresas comunitarias. Ahora quieren conformar comunidades de paz, donde el Estado garantice mejores condiciones de vida, lejos del estigma.
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