Definirlo en pocas palabras es imposible. El guayaquileño tiene tantas características como las letras que forman su nombre; plasmar su perfil de un solo trazo es desacertado.
Audaz, guerrero guerreante, ‘de buen diente’ y ritmo tan acelerado como el eco de los tambores que le marcan el paso. Emprendedor, de brazos abiertos, frontal, fuerte para levantarse del polvo…
Esos son algunos rasgos que vienen desde tres voces: un médico, una actriz y un historiador dibujan desde sus perspectivas las formas de ser guayaquileño, una esencia anclada en el ayer que define su presente y mañana.
Frente al telón de la vida, el guayaquileño es capaz de armar un show donde sea. Para la actriz Miriam Murillo, esa versatilidad está marcada en las líneas que dan forma al guion de su historia.
Heterogéneo. Así resume el historiador Willington Paredes la amplitud de miradas sobre el guayaquileño, que avanza en la modernidad sin olvidar sus referentes socioculturales. Del ayer conserva lo hablador y gritón, lo goloso y bohemio, el “no dejarse matar el gallo en la mano”.
También sabe resurgir. Para el psiquiatra José Farhat ese empuje ha acompañado al guayaquileño desde siempre. Antes luchó contra incendios y piratas; ahora se reconstruye dejando atrás una feroz mortandad que no doblegó su fortaleza. Estas y otras tantas voces van dando vida a los hijos de la ciudad puerto, día tras día.
‘Hace el show donde quiera’
El guayaquileño es fácil de proyectar. Si buscas un rasgo peculiar para una obra lo consigues donde sea: vas a Samborondón y ves una actitud; vas al Guasmo y encuentras otra. El artista se nutre, tiene todo tan cerca que es fácil crear.
Frente a las tablas, el guayaquileño se da. Ahora estamos presentando la obra ‘Amores campesinos’, en Guayarte, y la gente se ríe a carcajadas, grita, dice cosas y eso te suma líneas al guion, para improvisar. Esta ciudad es espontánea y sin vergüenza en el buen sentido de la palabra.
Yo nací aquí y por un tiempo viví con mi esposo en Mendoza (Argentina). Es una zona tan tranquila que hasta tiene una hora sagrada de siesta. Pero nosotros llegamos con la efervescencia guayaquileña, con el radio a todo volumen, y hasta nos advirtieron que llamarían a la Policía.
Extrañaba la algarabía de Guayaquil pero terminamos acostumbrándonos. Al volver encontramos la bulla y el estrés, algo distinto pero rico. A los extranjeros les gusta que haya música en todo lado, alegría en las calles.
El guayaquileño es jovial, bailarín, le encanta llamar la atención. Es novelero, ahora más con las redes sociales. También es buena gente, aunque por ahí hay algunos pilluelos, pero son pocos. La gente es abierta y donde quiera que esté hace su show.
‘Una identidad heterogénea’
La identidad guayaquileña es heterogénea. Está estratificada y territorializada. Un guasmeño tiene sus referentes, distintos a los de un amurallado de Samborondón. Esos referentes tienen que ver con la condición socioeconómica, la ubicación, la formación.
Pero el Guayaquil mayoritario es el popular y está invisibilizado. Yo provengo del sector popular y soy barcelonés, católico, soy juliojaramillero… Un referente es la vida bohemia. Al guayaquileño el cuerpo le zumba cuando la rumba lo convoca. Es fiestero, botarata -despilfarrador-, es audaz para lanzarse a cualquier aventura.
Casi nunca va misa pero está en la procesión del Cristo del Consuelo. Somos extrovertidos, más en los sectores populares y de clase media; los estratos altos son hipócritas. El ‘guayaco’ usa mucho el habla popular. No se desenvuelve tanto en el orden gramatical socio-lingüístico. Decimos mi pana, mi yunta, aniñado…
Es erótico, sexual, galanteador, pero cuando encuentra una mujer que le ajuste los tornillos es fiel. La guayaquileña de ayer esperaba ser conquistada; la de ahora sale a conquistar.
Siempre peca los San Viernes y financia la farra popular. Pero el guayaquileño de hoy vive atemorizado. La inseguridad ha cambiado patrones de comportamiento en todos los estratos.
‘Emprendedores y creativos’
La ciudad ha salido adelante por sus propios hijos. Con su espíritu emprendedor el guayaquileño ha progresado en lo laboral, en lo social, en la salud… Guayaquil tuvo su primer hospital público en 1970, aunque en 1830 surgió la República. En todo ese tiempo tuvimos que organizarnos, crear instituciones y una de las más emblemáticas es la Junta de Beneficencia.
Solidaridad es otra característica que se acentuó con la pandemia, cuando se dio mucho más de lo que siempre se da en beneficio de los demás. Aún vivimos las secuelas del covid, en especial en la salud mental: trastornos de ansiedad, depresivos, estrés postraumático, trastornos de sueño… Sin duda con esa fortaleza guayaquileña lograremos superar esta y otras situaciones.
El guayaquileño es trabajador, extrovertido, creativo, confiable, con capacidad de liderazgo. El clima influye en su modo de expresarse, en sus actitudes. También es hospitalario; hay muchas personas de fuera que viven en esta ciudad. Alguien decía que somos pocos los guayaquileños, porque somos acogedores.
Mi abuelo llegó de Líbano. Él, como muchos migrantes, de muchas razas y nacionalidades, encontró un lugar cálido. Aquí hizo su vida, se casó, tuvo sus hijos… Nuestra historia refleja la generosidad de esta tierra.