‘Calamidad pública’. Ese es el estado que se ha declarado en la república centroamericana de Guatemala a raíz de una hambruna que sufren miles de familias, ocasionada por la sequía y que ya suma, de acuerdo con las cifras oficiales, 500 muertos.
Pero ante semejante noticia, llama la atención que la acuciosa comunidad internacional y la propia vecindad hagan mutis por el foro. Recién cuando el golpe de Estado que derrocó al presidente Zelaya en Honduras, el avispero se revolvió inmediatamente. Allí sonaron las voces estruendosas, surgió la solidaridad continental, se reunieron los presidentes de varias naciones de la subregión y hasta se despertó el sistema interamericano de la OEA para echar un salvavidas al Jefe de Estado depuesto, quien había violentado los procedimientos legales de su país para intentar pasar una reforma para reelegirse.
Entonces sí surgió la solidaridad, los discursos no se hicieron esperar y las horas de transición, lo mismo de CNN como de Telesur, pusieron en antena la magnitud de la crisis política.
¿Será que no es noticia ni despierta a los olfatos aguzados de los políticos regionales, que 500 pelagatos se mueran de hambre? ¡Vaya repugnante indolencia!
Centroamérica ha sido una región azotada por diferentes plagas, tan catastróficas como las del antiguo Egipto. Huracanes, inundaciones y tormentas, terremotos y erupciones volcánicas y, como si esto fuera poco, el azote de las tiranías de gamonales explotadores, disfrazados de liberales que bañaron de sangre la historia centroamericana y caribeña, con la complicidad pretoriana imperial y que llegaron a armar a filibusteros de la calaña de Walker, con tal de preservar la situación de miseria, semiesclavismo y feudalismo campeante.
Los nombres de los Somoza (hasta tres ), Trujillo y otros tiranuelos de tan brutal como enmarañada estofa marcaron la triste historia de una otrora floreciente nación, que primero se disgregó en pequeñas repúblicas y reprodujo luego, como si de pequeños cacicazgos o señoríos feudales se tratase, modelos autárquicos, autoritarios y déspotas que en la represión y el asesinato justificaron fraudulentas reelecciones y se perpetuaron en el poder.
Para luchar contra estas tiranías, en algunos casos ‘dinásticas’, surgieron grupos políticos que echaron manos de las armas y la clandestinidad. La represión a contestatarios, a campesinos y opositores fue devastadora y cuenta muertos por miles. Pues de esa tradición gamonal surgen los partidos como el que llevó al poder a Manuel Zelaya, hoy santificado por los populistas del siglo XXI, y cuyo despojo del poder alcanzó tanto revuelo.
Lo triste es que mientras el aspaviento de discursos y solidaridades de conveniencia retumbaba, en Centroamérica se cocía una nueva tragedia, la del hambre y la pobreza en Guatemala.