Robert Mugabe y su esposa, Grace, cuyas ambiciones desataron la crisis. Foto: AFP
Ningún partido político, especialmente los de oposición, está contra la detención del presidente de Zimbabue Robert Mugabe ni contra su salida, tras 37 años en el poder. En realidad, abogan por un gobierno de transición, y a la vez se ofrecen formar parte de él.
Mugabe negociaba ayer, 16 de noviembre de 2017, su salida del cargo con los militares que lo mantienen retenido desde el martes 14, lo que podría desencadenar el primer traspaso efectivo de poderes en el país desde 1980.
Aunque el diario estatal The Herald publicó ayer fotos de Mugabe y el jefe del Ejército, Constantine Chiwenga, ambos sonrientes durante el encuentro en el palacio presidencial, otros apuntan a que se resiste a dejar el cargo.
Zimbabue es un país que no ha visto a otra persona en el poder desde su independencia del Reino Unido. Y ayer, pese a la sublevación militar, que incluyó tanques de guerra en las calles de Harare y la tensión política, la población llevaba un día aparentemente como cualquier otro: los niños iban a las escuelas y los adultos, al trabajo.
El presidente más longevo del mundo, con 93 años y aspiraciones de gobernar hasta los 100, había anunciado su postulación para un octavo mandato. Pero no fue la perpetuidad en el cargo lo que movió a la asonada militar, sino las aspiraciones políticas de su esposa, Grace Mugabe.
Se había ganado el odio de los militares y de aquellos que combatieron por la independencia de lo que antes se llamó Rodesia, como tributo a Cecil Rhodes, colonizador inglés que fundó la Compañía Británica de África del Sur y que ocupó Mashonaland, actual Zimbabue.
Sin embargo, aunque Grace, de 52 años, no goza de popularidad, sí ha recibido adhesiones de las nuevas generaciones. La llaman “Gucci”. Con ello basta para saber su afición por las prendas lujosas.
De secretaria de Mugabe a esposa suya desde 1996, no ocultó sus ambiciones de suceder a su marido. “Dicen que quiero ser presidente. ¿Y por qué no?”, dijo durante la campaña del 2014.
Además de ambiciosa, tiene fama de querer acabar a sus rivales. Y eso fue lo que desencadenó esta crisis: a comienzos de noviembre dijo que el vicepresidente Emmerson Mnangagwa era “una serpiente venenosa” que debía ser “golpeada en la cabeza”. Eso bastó para que su esposo lo destituyera por deslealtad.
La sucesión de Robert Mugabe es el epicentro de este conflicto político. El nombre de Mujuru había sonado varias veces como su sucesora y también Mnangagwa. Y esa era la prerrogativa que anhelaba la esposa del Mandatario y causa fundamental de la asonada que deja a la pareja presidencial y a varios ministros aliados de Grace en prisión.
No es la primera vez que un vicepresidente es acusado de conspiración. Joice Mujuru, vicepresidenta entre 2004 y 2014, fue destituido por deslealtad. Ahora es líder de la opositora Coalición Popular Arcoiris y es una de las que propone un Gobierno de transición hacia la apertura democrática.
Los méritos de Mugabe en la caída del régimen de minoría blanco y la implantación de la democracia en 1980 son indiscutidos. Sin embargo, fue desarrollando una sed de poder cada vez más insaciable y perdió la percepción de los problemas de la gente. El que fuera el granero de África austral se degeneró para terminar siendo un país empobrecido y hambriento.
La infraestructura se deterioró, la moneda nacional se derrumbó y cientos de miles de zimbabuenses huyeron al exterior.
El hombre con su curiosa barbita con forma de cepillo de dientes y grandes gafas se aferraba al poder con métodos cada vez más brutales, probablemente por el temor de que lo pudieran someter a juicio por crímenes cometidos en el pasado.
Con todos los medios posibles reprimía la libertad de prensa y a la oposición. Con una táctica astuta una y otra vez apuntaba con el dedo acusador al exterior (blanco) para hallar un culpable.
En contexto
En 1890 llegaron los primeros colonos desde Sudáfrica. En abril de 1980, tras los acuerdos de Lancaster House, Rodesia del Sur se convirtió en Zimbabue. Su población ascendía a 16,15 millones de habitantes en 2016, según informes del Banco Mundial.