Mario Godoy, musicólogo y director del Museo-Escuela del Pasillo. Foto: Betty Beltrán / EL COMERCIO
Tiene 88 años y sigue participando en las misas de tres iglesias del Centro Histórico de Quito: Santo Domingo, El Sagrario y La Compañía. Lo hace porque eso de cantar acompañado con el órgano lo lleva en su ADN, pero también porque es el último maestro de capilla y quiere honrar a su primer oficio.
Se llama Gonzalo Godoy y desde que se acuerda estuvo relacionado con el arte de la música. No en vano pertenece a la cuarta generación de afamadas familias de músicos y compositores chimboracenses: los Godoy y los Pulgar.
Fue músico precoz. Desde los cinco años tocó el armonio. Para 1940, cuando tenía nueve, se inició como maestro de capilla de la iglesia Santa Rosa de Riobamba, sustituyendo periódicamente a su abuelo Agustín Godoy. Y cantaba en latín.
Quienes ejercían este oficio, en los obrajes y en los pequeños pueblos, tenían un buen nivel académico, unos eran profesores de escuela y otros hasta escribanos, menciona Mario Godoy, musicólogo y director del Museo-Escuela del Pasillo.
Para las décadas de los 50 y 60, los maestros de capilla se constituyeron en los hombres de confianza de los sacerdotes, incluso fueron doctrineros y primiciero (quienes recogían los productos de la primera cosecha).
También es muy devoto. Para 1944, don Gonzalo fue el cantor litúrgico de la iglesia La Victoria en Guayaquil. Luego pasó a la de Santa Rosa de Riobamba, desde 1950 hasta 1954. De allí en más, hizo una pausa en ese oficio heredado por sus mayores.
Esa pausa no duró mucho, porque en su pleno apogeo de grabaciones de otro tipo de música (unas 500 canciones), presentaciones (con los diversos dúos y tríos que formó), volvió a la música sacra y compuso un largo repertorio, incluidas misas navideñas.
De todos los temas que canta en las eucaristías, los que más le hacen chiquito el corazón son aquellos dedicados a la Virgen: Ave María Andina (Mama Virgencita) y unas antiguas letanías a María.
Gonzalo Godoy desde que se acuerda estuvo relacionado con el arte de la música. Foto: Betty Beltrán / EL COMERCIO
Por la década de los 50, cuando las misas comenzaban a las 04:00 y culminaban pasadas las 12:00, logró ganar hasta 120 sucres mensuales. Dinero suficiente para mantener a su numerosa familia.
Luego, para los años 60, llegó un cambio radical para la Iglesia católica. Godoy rememora que el Concilio Vaticano Segundo, convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado en 1965 por el Papa Paulo VI, dio “mayor cabida a la lengua vernácula”, así que la misa católica dejó de cantarse en latín.
Es más, acota Godoy, la liturgia de varios templos fue acompañada por instrumentos musicales andinos o “juveniles” (guitarras eléctricas, batería, órgano portátil). No pasó mucho tiempo y tras la inicial novedad y efervescencia, vino una etapa de estancamiento.
Pero don Gonzalo, nada de lanzar la toalla. Es más, con la quietud de los años, el acordeonista y compositor volvió a sus andanzas. Con tal de participar en las misas, actualmente se moviliza solo y en bus intracantonal para llegar a los tres templos donde canta e interpreta con profunda fe.