Joder, no escribo en caló, lengua de los gitanos, sino en viejo castellano y al que no le guste, ¡váyase al popó!
Rasgando la guitarra, les cuento de mi vida sufrida. Cuando pasaba mis días en Conocoto, me decían lunático. ¡Ayayayayayayay!
No me decían lunático porque diera problemas en el hospital siquiátrico, sino porque daba palo en un colegio de varones. Así formé hombrecitos, porque la letra con sangre entra. Miles de apaleados agradecidos lo dirán.
¡Ay, Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos! Después me metí a estudiar Salvajismo, digo, Periodismo. Pero nunca con la idea de ser un gordo horroroso. Por eso, hasta ahora, soy flaco, pero buen diente para comer.
Pero lunático sería mi destino, pues luego pasé a dirigir TV Lunar. Y aquí encontré mi destino. Mis coplas, joder, se hicieron más famosas que el cante jondo. Yo solito acabé con el régimen del generalísimo Luciérrez.
Me convertí en el líder natural de los forajidos. Paco por aquí, Paco por acá. Fui yo quien diera el visto bueno para que aquel chaval, Rafico de la Capea, subiera al pedestal de la política nacional.
No fue suficiente apoyar su campaña. Me hice disputado (por eso de las disputas) y lo defendí, en términos taurinos, a capa y espada. Un día yo, aunque me dé soroche, insulté al hijo de Ozogoche, a un tal Pedantes. Y Rafico me basureó, justo a mí, a quien tanto le dio… ¡Buuuá!