Andrea Rodríguez B.
Aunque aún restaba más de una hora para empezar la carrera, un grupo variopinto de atletas ya entrenaba en la avenida Maldonado, al sur de Quito.
No había un cielo despejado, lo cual anunciaba que la temperatura sería ideal para la Quito Últimas Noticias. “Ojalá no haga calor; si llueve mejor”.
“El deporte es vida y
este me ha mantenido jovencita”.
Carmen Rodríguez
AtletaAl comentario de uno de los corredores, le siguieron otros: “Estírate más”; “no tomarás mucha agua”. Cerca de allí, un grupo de policías presenciaba indiferente el ritual de los corredores: trote suave, piques y estiramiento. Faltaban 10 minutos para comenzar. En la Maldonado una marea humana estaba ansiosa por correr.
Son las 08:33 y tras el disparo todos salen en desbandada: unos más tranquilos y otros a toda prisa. El sol empieza a salir y un gran bloque compacto de corredores avanza a un solo ritmo por la avenida Maldonado.
La gente, amontonada en las veredas, anima, grita y ofrece agua. La primera en hacerlo fue una señora de unos 40 años que, junto con su hija, alentaban a los corredores con una frase: “sí se puede”. Adelante una pareja corría al mismo ritmo; ninguno de los dos tomaba la delantera, era como si ninguno deseara que el otro quedara atrás. “Dale, dale vida, mantenga el ritmo”.
De los almacenes, situados en la Rodrigo de Chávez, también salieron algunos clientes para mirar el paso de los atletas.
En la avenida 5 de Junio, el dueño de una tienda sacó unos parlantes: sonaba un reggaetón y el comerciante ensayaba unos pasos de baile con sus vecinos que miraban de reojo a los corredores. El recorrido era exigente con pendientes poco pronunciadas y unas rectas que parecían eternas. En el kilómetro 7, el entusiasmo de algunos comenzó a decaer. De repente, un joven tomó la delantera con su perro golden que también llevaba un número en la espalda.
Adelante, solo se veía un mosaico de gorros multicolores y una peluca de payaso que llevó uno de los participantes durante la carrera. “Que corra el payasito, de qué fiesta se salió”, bromeaba un grupo de jóvenes que alentaba desde el balcón de un edificio, cerca de la Maternidad Isidro Ayora. Allí, un grupo de enfermeras salió para mirar el paso de los atletas. Una de ellas llevaba puesto todavía un gorro de plástico. Los vítores del público no cesaban; por momentos se interrumpieron, pero no transcurrían ni 5 minutos para que otro grupo volviera a alentar.
Una niña gritaba: “Ustedes son jóvenes, sí pueden, ya llegan”. Y la respuesta fue casi inmediata: “No tan jóvenes, pero con ñeque”. Casi al llegar a la avenida República, las respiraciones se tornan agitadas, desacompasadas y las rodillas duelen. Algunos saludan a sus familiares y otros paran unos segundos frente a sus amigos para que les tomen una fotito. Otros se dieron la molestia de llamar por celular a sus amigos. “Luchi, ya estoy en la Naciones Unidas; el Hugi aún no asoma”.
Una bocanada de aire frío refresca los rostros fatigados. Solo falta un kilómetro y las voces de las vendedoras de salchipapas se confunden con los gritos de aliento del público. Un señor agita en el aire la botella de Gatorade para que uno de los atletas la tomara antes de ingresar. Ya no hace falta hidratarse, la meta está cerca y algunos bajan la cabeza para mirar si el chip todavía amarrado al zapato.