Su vida como la de todos los ciudadanos públicos, más aún los importantes, no es privada, pertenece a todos. Venció con una capacidad intelectual indiscutible a nuestros adversarios del sur con una estrategia acertada y tácticas sagaces; pero también con una vocación innegable de historia y de Patria.
Ocupó las primeras páginas -portada incluida- de la revista Caretas de Lima y se le imputó desde el Rímac su formación israelita y tácticas de resistencias del Viet Cong y luego de las de Vietnam Norte. Es posible, pero es difícil comprobarlo.
Luego, siguiendo polémicos ancestros de su institución ingresó a la arena política y le fue mal. Fue elegido legislador y su desempeño nunca fue protagónico; además, estuvo en los turbios escenarios de la defenestración de Abdalá Bucaram. Por el contrario, cumplió en su primera administración municipal, a tal punto que Quito no olvidará el rescate y la dimensión que significó la recuperación de su Centro Histórico. Su segunda gestión fue diferente, pues sucumbió ante la intrincada burocracia y los estertores de un partido político huérfano de liderazgo que al final no descartó la opción del adulterio con el Gobierno, cayendo en una estrepitosa derrota.
El victorioso general, sin que existan evidencias, de alguna participación dolosa en el intríngulis de la construcción del nuevo aeropuerto de Quito, optó por rechazar la reelección y se refugió en la Asamblea Nacional donde dormita inmune como un oso en un invierno prolongando.
Es evidente que Quito padece hasta el dolor por la falta de un liderazgo que reivindique sus antecedentes históricos y su calidad de capital del Ecuador. Esto sucede en tiempos de un régimen que, aunque no puede ser acusado de represión, causa temor y miedo, explicables por la prepotencia cuando se controla agresiva y eficazmente todas las instancias del poder. Sin embargo, así sucedía antes de Cenepa, pero entonces surgió un conductor y una generación de las Fuerzas Armadas que no se ha repetido y que obviamente se añora en el plano institucional.
Es probable que el General como legislador despierte, que vuelva por sus fueros y aproveche la oportunidad para liderar una oposición desarticulada ante un poder que luce para largo, sin tener al frente un contrapeso con la lucidez y tenacidad que exige toda confrontación democrática. Empero, en el caso de descartar esta opción, más oportuno sería que ingrese al oficialismo y comande a las huestes gobiernistas. Así lo han hecho esos jóvenes que muy rápido transmutaron su Ruptura 25 por la sumisión -con algún otro número- a favor de un régimen que, por decoro nacional, no debemos llamar fascista.