Con la muerte de Julio Jaramillo en 1978, la música tradicional ecuatoriana empezó a perder fuerza en las ondas mediáticas. Durante el próximo lustro, el acorde menor con versos que lloran el desamor parecía estar relacionado al pasado y oponerse diametralmente a los nuevos sonidos de una, aún joven, globalización a escala musical.
Sin embargo, de manera inconsciente en la mayoría de casos, el espíritu del desamor poético de ese legado renacería líricamente en una camada de nuevos compositores ecuatorianos que desde mediados de los 80 empezaron a jugar con la música pop rock que llegaba poco a poco de otras latitudes.
Según el músico y productor Andrés Sacoto, al juntarse el deseo de hacer música propia -deuda pendiente de la generación previa- con la atracción propia del ecuatoriano al verso de corte triste y sentimental, dio como resultado que en los 90 haya una ebullición de canciones en ritmo de balada que hoy por hoy son clásicos del repertorio tricolor.
No, no se reemplazó el pasillo. Pero en el caso de las baladas ecuatorianas, las historias de dolor que se cantaban en blanco y negro vienen a ser muy parecidas a las que se transmitieron a color. Quizás la mejor prueba de esta teoría se refleje en el disco ‘Ecuador, Baladas sinfónicas’, una placa que rescata 10 canciones emblemáticas con arreglos para cuerdas, vientos y maderas, en las voces de sus intérpretes originales.
Como bien hace notar Sacoto -productor de este álbum- siete de ellas son obras que hablan del desamor. Si a inicios de los 90 Ricardo Williams decía que la soledad lo quiere devorar en Exorcismos de amor, Perotti buscaba a su amada hasta que lo encontrara la muerte en Aunque no sé dónde estás.
Ya en el ‘boom’ del pop local de mediados de los 90, que se extendió hasta la primera parte del nuevo milenio, los Tranzas amaban sin ser correspondidos en Dile y Juan Fernando Velasco se despedía del amor soñando entre los delfines de Chao Lola. La tónica se repite en Contravía, Tranzas, Tercer Mundo y Verde 70, mientras que los únicos de esta compilación que le hacen el quite al desamor son Clip (Estás aquí), Umbral (¿A dónde vas?) y Francisco Terán (Negra).
Este decálogo no es lo único que se ha producido en ese rubro en el país. Si se suma el material primigenio de baladas de los 70 hasta las producciones actuales “hay espacio para hacer varios volúmenes”, asegura la productora ejecutiva del proyecto, Susana Guzmán. Sin embargo, ambos productores concuerdan que en los 90 ocurrió una explosión que no se ha repetido.
Una de las razones para ese auge fue principalmente la difusión mediática que se dio al pop hecho en casa. Retomar esa actitud es uno de los objetivos detrás de esta serie de antologías impulsadas por el Ministerio de Cultura. El también músico y productor Pablo Santacruz ve como positivo ‘reciclar’ los éxitos ecuatorianos del pasado en las radios locales, ya que así los referentes de acá estarían tan presentes como Franco de Vita, Maná u otros artistas foráneos que rotan aún con temas de más de 20 años.
Lo cierto es que el concepto sinfónico detrás de este álbum ha vestido de gala a canciones que no merecían permanecer solo en la memoria de quienes vivieron la época del ‘boom’. Con esta iniciativa, los que se preguntan de quiénes serán los temas que cantan los treintañeros en los karaokes, se darán cuenta que varios de ellos han sido ecuatorianos.
Bajo el velo de arreglos orquestales, estos ‘hits’ van a volver a sonar a partir de mañana, cuando se lance el disco con todos los protagonistas en la explanada del estadio Reina dels Cisne, en Loja.
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