Juan Carlos Mestanza
Una pequeña de unos 8 años lloraba desconsoladamente sobre lo que, hasta la noche del jueves, era su casa. Entre las cenizas, removía la tierra con sus zapatitos.
Unos metros más allá, Dalia Reyes y Alexandra Delgado no cesaban de llorar. Abrazada a su gato que logró salvar, Éricka Anastacio intentaba encontrar una explicación a la adversidad que comparte con unos 600 vecinos.
El sitio, marcado por un fuerte olor a humo y a desgracia, se convirtió en zona de desastre. Bastaron poco más de tres horas de incendio para que un sector de la cooperativa Esmeraldas Chiquito (Las Malvinas), sur de Guayaquil, quede reducido a escombros.
A simple vista parecería que una bomba produjo una gran explosión. El fuego volvió a ensañarse con los más desposeídos y, al menos, 106 casas se quemaron, según los reportes iniciales.
Los afectados dicen que el incendio comenzó a eso de las 00:30 de ayer. Los gritos de varios vecinos y las explosiones alteraron el descanso nocturno.
Las brasas de fuego y el sonido de las alarmas de los vehículos del Cuerpo de Bomberos se mezclaron con la desesperanza y la impotencia de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que solo alcanzaron a dejar abruptamente sus endebles viviendas.
Manuel Oramas cuenta que estaba durmiendo, cuando los gritos de un sobrino lo despertaron. “El fuego estaba a unos 100 metros y no pensé que iba a avanzar hasta acá. Como hacía mucho viento, el fuego se hizo una especie de arco y pasó a este lado”.
Oramas, quien tenía a su pequeño hijo Enmanuel en brazos, dice que alcanzó a sacar a su esposa Juanita y a sus dos hijos. Sus ojos se humedecen al recordar cómo su casa mixta (planta baja de cemento y la alta de caña) era consumida por las llamas.
A unos 20 metros, César Guzmán estaba sentado en una piedra, sin dejar de observar una camioneta de placas GEH-553, que estaba totalmente calcinada. “Esa era mi herramienta de trabajo, pues hacía fletes. La camioneta estaba dañada y tenía que llevarla a matricular. Unos amigos intentaron empujarla para que no se quemara, pero el fuego les ganó”.
Él no estaba en su casa, en el momento del incendio. Un amigo lo llamó y cuando llegó, cerca de la 01:30, su casa era un cerro de palos quemados. “Gracias a Dios, mi esposa, mis cuatro hijos y dos nietas pudieron salir rápido”, dice quien habitaba en el solar 6 de la manzana C-14.
A cada paso hay personajes distintos con similar tragedia. El pequeño Luiggi Jordán escarba los escombros buscando sus juguetes. En otro solar, dos jóvenes mueven la tierra en busca de las monedas que ahorraron.
Perros, gatos, pollos calcinados, y hasta cangrejos que se cocinaron por acción del fuego, son parte del cruel panorama.
Mientras las carpas de atención de Más Salud del Municipio de Guayaquil y de la Subsecretaría de Salud tratan de establecerse lo más próximo a la zona del desastre, Ana Guamán tomaba agua. Está en el séptimo mes de embarazo y debió recibir atención, pues tuvo una crisis nerviosa.
“Por ahí dicen que el incendio fue por unas camaretas que explotaron mientras las fabricaban. Otros dicen que fue por un cortocircuito, mientras estaban soldando unos fierros”, expresa.
Jéssica Cotapo busca consuelo en sus hijas Griselda, Blanca y Carolina. Lo perdieron todo. “Yo soy padre y madre para mis hijas y ahora estoy en la calle. Lo único que queda es hacer una carpita aquí mismo hasta ver qué pasa”.
Cerca del mediodía de ayer, los damnificados no sabían dónde serán albergados. A esa hora, muchos aún no desayunaban.