Suponiendo que la visita al país del exvicepresidente Lenín Moreno obedeció a un hecho aislado, el oficialismo resultó ser el gran beneficiario político de toda la agenda mediática que desplegó el rostro más amigable de la revolución ciudadana.
En estos ocho años, Lenín Moreno creó una suerte de franquicia y quien la adopta logra suavizar -o al menos intenta hacerlo- el pesado ambiente de confrontación que vive un país diezmado en sus libertades. El guión es sencillo y, por lo tanto, predecible.
El exvicepresidente retoma su permanente llamado a la concertación nacional, a respetar la opinión ajena y, como lo dijo a diario Expreso, a adecentar el quehacer político. Reivindica el papel de los medios y luego defiende a Rafael Correa a capa y espada.
El tono pausado de Moreno, su destacada gestión como gobernante y su ejemplo de vida siempre serán inspiradores. Pero creer, casi una década después, que sus palabras serán un bálsamo de resultados garantizados es hacer una apuesta ingenua.
Los medios, en grandes titulares, resaltaron su crítica a la reelección indefinida y su apoyo al caricaturista Bonil. Luego se produjo la sutil reprimenda de Doris Soliz, y Moreno volvió a los medios, esta vez, para decir que el presidente Correa era lo mejor que le ha pasado a la Patria.
La estrategia del café para todos puede tener un efecto positivo, cuando el país escucha una voz sensata y cordial. Sin embargo, son palabras que no cambiarán el estado de las cosas. Desde ese prisma, el oficialismo se frota las manos.
Moreno critica la reelección indefinida, pero se opone al “subterfugio” que, para él, tienen los pedidos de consulta de la oposición. Su visión es tan cerrada como la de cualquier otro militante de AP. Para el exvicepresidente, el caso Bonil-Agustín Delgado se volvió bizantino y pide virar la página. Pero olvida que por ese dibujo se envió un expediente a la Fiscalía.
Si estas cosas no cambian, ¿qué peso real tienen la voz y la imagen de Lenín Moreno?