Decenas de miles de feligreses coparon el parque Bicentenario, al norte de Quito, para acudir a la misa oficiada por el papa Francisco desde las 09:00. Foto: Pavel Calahorrano / El Comercio
La misa estaba por terminar. El papa Francisco invocó a la paz y lo que siguió después provocó el llanto de Lupita Morocho. Los policías que resguardaban la salida del bloque D, y la gente que estaba en los alrededores, se acercaron unos a otros para apretarse las manos.
Era el anhelo cumplido de Morocho. Ella fue al parque Bicentenario para pedirle a Dios, a través de su representante en la tierra, que traiga paz al país. “Ahora son momentos críticos y el Papa ha venido por todos. Me siento muy alegre; con un sentimiento indescriptible”.
Los feligreses llevaron banderas y pañuelos blancos, con el rostro del Papa y de la Virgen María impresos. Las levantaron y hondearon desde que Francisco llegó a la exterminal aérea Mariscal Sucre, en el norte. Eso fue cerca de las 09:00. Primero se reunió con los obispos del país y con representantes extranjeros. Luego vino el turno de los feligreses.
Les había ofrecido un breve recorrido por las calles que dividían los 34 cubículos donde se distribuyó la gente en el Bicentenario, antes de que empezara la misa prevista para las 10:30. Las personas esperaron con ánimos al papamóvil y se olvidaron, aunque por un breve momento, del cansancio de la noche previa.
Soportaron una lluvia intensa que anegó partes del Bicentenario y complicó la acampada. Las carpas plásticas se instalaron juntas para no darle espacio al viento helado y formando laberintos.
Atendieron casos de hipotermia, niños extraviados y adultos mayores que perdieron su medicina en medio del gentío y la oscuridad. Los jóvenes de la pastoral ecuatoriana y sacerdotes que dirigieron la vigilia por el Papa repetían una y otra vez que cualquier emergencia debía reportarse a uno de los
7 000 voluntarios, que se convirtieron en la columna vertebral de la organización.
La gente llegó por decenas de miles como una marejada. Los voluntarios se encargaron de repartirlos por áreas, entregarles agua. Los más preparados entraron al Bicentenario con fundas de dormir, colchones inflables, cobijas, plásticos, sillas, grandes ollas con bebidas calientes. El grupo de Gabriel Argudo, de 53 años, trajo agua aromática desde Riobamba.
El frío de la madrugada puso a prueba su fe y la de otras 41 personas que lo acompañaron. Pertenecen al movimiento religioso Rosas de Gregorio. “El hermano José Gregorio es el que nos impulsa a estar aquí. Sabemos que su beatificación está próxima”, dijo Argudo.
Otros feligreses, en cambio, menos diestros en el arte de acampar; no llevaron carpa. La familia de Julio Salazar y Soraya Noguera tuvo que acomodarse entre plásticos y cobijas. Llegaron a las 03:00 desde Lago Agrio. No alcanzaron a ver el espectáculo de juegos pirotécnicos con el que se cerró la vigilia de la noche, a las 00:00.
A esa hora se pidió a los feligreses que trataran de descansar y recuperar fuerzas para la jornada del martes 7 dejulio, con el Papa. Las pantallas gigantes instaladas en el parque Bicentenario se apagaron, así como los coros pastorales que animaron a la gente desde la tarima.
La familia Salazar y Noguera llegó justo cuando los cánticos desbordaban y les dieron ánimos para instalarse.
Estaban agotados del viaje y confundidos. Escucharon que no iban a permitir el ingreso de paraguas y por eso se abstuvieron de traerlos. Se empaparon con su hijo menor; sintieron la hierba húmeda bajo la ropa y los plásticos que compraron no sirvieron de mucho.
Fue un sacrificio que asumieron con alegría y devoción. Tenían un pedido especial que hacerle a Dios: que permita el diálogo interreligioso en su provincia, Sucumbíos, donde la Iglesia Católica está perdiendo terreno. “Allá tenemos problemas con grupos de otras religiones. No hay el respeto a la eucaristía, a la presencia de Dios”, dijo Noguera.
Retornaron este mismo martes a Lago Agrio, cuando se terminó la misa. Fueron de los feligreses que lograron ver al papamóvil en su recorrido antes de la eucaristía. El vehículo no llegó a todos los sitios como quería y eso generó desazón.
Pero la gente escuchó su mensaje, lo aplaudió y se emocionó cuando les pidió que agacharan la cabeza para bendecirlos, luego de estrecharse las manos en el momento de la paz y comulgar. Al final, el Sumo Pontífice se dirigió a los quiteños y los pidió que no olviden rezar por él.