La foto

La foto hace la diferencia. Cada día se recogen decenas de cadáveres en cualquier lugar de la República. Nos hemos familiarizado con la más amplia diversidad de estilos de asesinar. Sabemos de qué se habla cuando nos dicen que alguien fue levantado, encajuelado, atado con cinta canela, descuartizado, decapitado. Toda clase de variedades en materia de homicidios nos han hecho expertos después de 18 mil muertos en lo que va de este sexenio. Más muertos que en el terremoto del 85 y que en cualquiera otra época de violencia desde la Revolución, exceptuando la guerra cristera. Los partes oficiales atribuyen la cosecha de cadáveres a pleitos entre pandillas de malosos. No nos afecta, es entre ellos, adelante, síganse matando. De pronto una foto le da vuelta a la tortilla. El lunes a las cinco de la mañana una señora ve que de un coche arrojan un cuerpo. Llama a la policía y encuentran muerto a un joven sin documentos, con las manos atadas a la espalda, hinchado y amoratado por golpes en la cara. Su madre lo identifica como José Humberto Márquez Compeán, de 26 años. Es el mismo que 14 horas antes, un fotógrafo de la agencia AP captó sin un rasguño y caminando cuando era llevado por policías de Santa Catarina, Nuevo León, a un helicóptero de la Secretaría de Marina. Ya no es la víctima de una banda rival. Fue asesinado por policías o marinos que se echan la bolita. Tiene nombre y domicilio y era inocente porque para dejar de serlo se necesita demostrar culpa. Pero aunque fuera culpable, aunque lo hubieran sorprendido en flagrante delito, no se justifica su muerte en manos de quienes no se rigen por intereses o pasiones de delincuentes sino cumplen la obligación, se supone, de respetar y hacer respetar la ley. El caso es alarmante: un paso más, ahora demostrado por la foto, de un desquiciamiento de todos los conceptos de la ley frente al crimen. Y uno se pregunta cuántos no tuvieron quién los fotografiara la víspera. Nadie espera el castigo de sus asesinos legales. Tampoco de quienes dispararon y lanzaron una granada contra dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, envueltos en una nube de humo intencional para diluir la responsabilidad y proteger a los asesinos. Ocurre cuando funcionarios de alto nivel del gobierno de Washington llegan a México en medio de gran alharaca para abundar en lugares comunes, reiterar viejas frases sobre cooperación y ayuda mutua y acabar con el crimen organizado.    Así se fue la semana tristemente memorable por una foto. La que guardará la señora Márquez con la cara todavía intacta de su hijo, la que le fue tomada al joven cuando se preguntaba a dónde lo llevarían. Puede convertirse en documento simbólico de una época de México en que tampoco sabemos a dónde nos llevan. El Universal, México, GDA

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