¿Cómo eran las fiestas de Quito en el siglo XVIII?

Fieles van por las calles del Centro, en una procesión de Corpus Christi; luego venía la fiesta. Foto: GrabadoS sobre el Ecuador en el siglo XIX, Le Tour Du Monden

Fieles van por las calles del Centro, en una procesión de Corpus Christi; luego venía la fiesta. Foto: GrabadoS sobre el Ecuador en el siglo XIX, Le Tour Du Monden

La gente de Quito se reunía en el Arco de la Reina, actual García Moreno y Rocafuerte. Foto: Grabados sobre el Ecuador en el siglo XIX, Le Tour Du Monden

¿Cómo eran las fiestas en el Quito de antaño?, ¿qué actividades despertaban las mayores algarabías? Las preguntas surgen cuando este viernes 6 de diciembre del 2019  se celebran los 485 años de su fundación. Antes, a lo largo de estos días, bailes, conciertos y desfiles se replicaban por toda la urbe.

Las respuestas a las dos interrogantes están en crónicas de los extranjeros que, a lo largo de los siglos, pisaron estos lares. Para ellos, la vida festiva era excesiva y nada tuvo que ver con la villa conventual y franciscana que se anidó en el imaginario popular.

Por eso, según Susana Freire, investigadora y conductora del programa radial ‘Quito: Memoria y Leyenda’, hay que echar abajo la frase atribuida a Simón Bolívar: “Quito es un convento, Bogotá una universidad y Caracas un cuartel”.

Se lo debe hacer porque, en lo que atañe a la capital, basta revisar lo que dijeron -a comienzos del siglo XVIII- Jorge Juan y Antonio de Ulloa, dos científicos españoles que fueron parte de la Misión Geodésica: “… es tan común el vivir de la gente de Quito en continuo ‘amancebamiento’…”.

Fieles van por las calles del Centro, en una procesión de Corpus Christi; luego venía la fiesta. Foto: GrabadoS sobre el Ecuador en el siglo XIX, Le Tour Du Monden

Ellos señalaron que el baile -particularmente el fandango - tenía tintes eróticos: “… no parece que son sino invenciones del mismo maligno espíritu; luego que empieza el baile viene el desorden en la bebida del aguardiente y mistelas…”.

Esa danza fue tan popular en Quito que tuvo un valor agregado, menciona Freire. Como tenía un carácter erótico, se ejecutaba solo pasada la medianoche, a ritmo de guitarras y panderetas; y las parejas, en ese afán de coquetear, se quedaban desnudas.

Eso espantó a los visitantes, incluso les sorprendió que aquellos espectáculos se hicieran con la venia del clero. El carácter erótico del fandango llegó a tal extremo, apunta Freire, que el obispo de la Catedral, Juan Nieto Polo del Águila, amenazó con excomulgar a quien insistiese en dar semejantes espectáculos.

Hace tres años que Paúl Valiente, de la carrera de Turismo Histórico de la Universidad Central (UCE), investiga sobre las fiestas del siglo XIX, y deja sentado que lo más popular eran las corridas de toros y las mascaradas.

Tanto es así que el inglés William Bennet Stevenson, quien llegó a la ciudad en 1808, contó que en la Plaza Grande se armaban tablados y galerías, donde había unas 2 000 personas esperando la fiesta. Luego, todas salían al ruedo con rostros enmascarados.

En esas andanzas estaban involucrados aristócratas, sa­cerdotes, herreros, sastres y gente del pueblo.

Por eso, el científico Francisco José de Caldas, quien llegó desde Popayán, dijo: “El aire de Quito está viciado. Aquí no se respiran sino placeres. Los escollos de la virtud se multiplican y parece que el templo de Venus se hubiera trasladado de Chipre a esta parte”.

Pero la mayoría de estos relatos, según el cronista de la Ciudad, Patricio Guerra, tiene que ver con las visiones europeístas y norteamericanas, sin entender el contrapeso cultural andino. Por eso, “las fiestas les parecían desordenadas y fuera de las normas de la civilidad”.

Agrega que la connotación festiva fue típica del español, porque para la cultura andina la celebración fue más bien un momento sagrado y esos jolgorios se hacían al inicio o al final de un ciclo agrícola.

En la Colonia, la fiesta generalmente se impuso por mandato real y se hacía a través de cédulas, asevera el Cronista de la Ciudad. Y Valiente añade: “se celebraba por todo”. Había las fiestas tablas: aquellas fechas invariables según al calendario católico, de santos patrones, que se replicaban ­simultáneamente en México, Buenos Aires y Quito.

A eso se sumaban las celebraciones por la coronación de un presidente de la Real Audiencia o del mismo Rey de España. Y, ¿qué celebraban los indígenas? Freire cuenta que ellos hacían sus propias jornadas. En 1631, los indígenas llegaron a la ciudad con sus trajes originales. En una fiesta que se preciaba no podían faltar las vacas locas y juegos de caña. Entre las fiestas herederas de esos jolgorios -dice Freire- están la de Inocentes y Año Viejo. Los quiteños nuevamente utilizaron la máscara y el traje para burlarse del poder.

Recién en 1941 -cuenta el Cronista de la Ciudad- se llegaron a prohibir ciertas cosas. Por ejemplo, en Chimbacalle se organizó la fiesta obrera y se moralizó ese espectáculo. El control se hizo a través de un inspector, para que al baile no entraran mujeres de ‘dudosa procedencia’, solo aquellas de “limpios antecedentes”.

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