Edwin Alcarás
Redacción Cultura
Concentrado y con las manos apretadas detrás de la espalda, el ministro de Cultura, Ramiro Noriega, saltaba sobre el pie derecho.
Tenía la cabeza ladeada para escuchar mejor un ruido extraño y múltiple que se accionaba cada vez que pisaba unos cubos dispuestos en el piso del pasillo central del Centro de Convenciones Eugenio Espejo.
La agenda de hoy
Deshabitados: intervención artística de María Teresa Ponce. Vestíbulo de ingreso, desde las 10:00. El oficio de escribir: Juan Forn, Naief Yehya, Julio Paredes.
Auditorio. 11:30/13:00. Arte secuencial, cómic: Eduardo Villacís, Fabián Patinho, Bonil. Pabellón 3, sala 4. 14:30 a 16:00.
Diáspora ecuatoriana II: Huilo Ruales, Esteban Mayorga, Jorge Izquierdo. Pabellón 3. 16:30 a 17:30.
En otros actos entrevista a Hernán Rodríguez Castelo (Pabellón 3, sala 4. 17:30 a 19:00.). Mundo crítico: Juan Forn, Naeif Yeyha. Modera Álvaro Alemán. Pabellón 2, sala 1. 16:30-17:30. Poesía:Nial Binns, Pedro Mairal, Paúl Puma, Ana Minga. Capilla. 18:00 a 19:00. 30 años de Editorial El Conejo. Capilla.
Lo que parecía una travesura infantil en realidad era una decodificación interpretativa crítica de arte contemporáneo, según explicación del Ministro.
“Son ruidos grabados en el actual Hospital Eugenio Espejo. Es una instalación sonora para relacionar el espacio con su pasado. Esto que el Fonsal dejó tan bonito antes era un hospital”.
La instalación sonora, llamada Sala de Espera, fue preparada por la cooperativa cultural La Selecta para la Feria del Libro 2009, organizada por el Ministerio de Cultura. Es parte de una veintena de trabajos de arte contemporáneo, curados por Ana Rodríguez, incluida en esta segunda edición.
Varios de esos trabajos se dedicaron a explorar el complejo pasado arquitectónico, borrado detrás de las paredes blancas y de las maderas finas. La curaduría, de hecho, se realizó en consonancia con el concepto de periferia que rigió la planificación académica de la Feria.
¿Qué significa la idea de periferia en la Feria? El concepto no es muy claro. Tendrá que ver, acaso, con las múltiples resonancias que van dejando los escritores invitados en sus intervenciones.
Resonancias como la que dejó el poeta argentino Fabián Casas, en Francisco Heredia, estudiante de Arquitectura. “Hay escritores que te llegan de una, es como si te atravesaran. Me pasó con ese poema sobre la muerte”.
Esa metáfora se refiere a la muerte como un pasillo largo y oscuro, con una puerta cerrada por dentro, con una funda de basura en la mano…
También tendrá que ver con esa anécdota que el poeta y cardiólogo Eduardo Villacís Meythaler le contó a su hijo (y a un público de cerca de 50 personas) sobre el gran César Dávila Andrade. Fue por los tiempos en que Villacís era estudiante de Medicina y estudiaba hasta la madrugada en el estudio de la casa de su padre, que daba a una de las calles del barrio de la Mama Cuchara.
Dávila Andrade ya era el poeta atormentado que luego se volvió leyenda. A veces, pasada la una y media de la mañana, llegaba el escritor a golpear discretamente la ventana del estudiante amigo.
Ya adentro, el poeta consumía el escaso licor familiar hasta que cumplía su cuota de desesperación y, acto seguido, se ponía a recitar sus propios poemas.
Una de las mañanas, el padre de Villacís llamó al orden a su hijo : “Eduardo, está bien que estudies en voz alta. Pero no grites, pues”. Esa periferia tendrá que ver con la confesión que hizo a este Diario el crítico literario español Ignacio Echevarría. “Mira, te lo digo en serio: siempre desconfía de los críticos mayores de 50 años, o sea como yo”.
Ese hombre alto y desgarbado lleva el extraño y memorable honor de haber sido el albacea de la obra del escritor Roberto Bolaño, fallecido en 2003. Y de haber reconocido su obra cuando solo era un desconocido.