Luego de que el pasado 25 de diciembre se frustrara un presunto atentado terrorista a bordo de un vuelo entre Amsterdam y Detroit, EE.UU. y Europa redoblaron las seguridades en los aeropuertos y tomaron drásticas medidas migratorias para evitar que se repitan sucesos tan trágicos como el del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Los presidentes de esos países han puesto en marcha sofisticados mecanismos para reforzar los controles de sus fronteras aéreas, terrestres y marítimas, con lo cual el mundo ha vuelto a la psicosis de principios de la década pasada, cuando la acción criminal de la organización Al Qaeda desató la reacción del gobierno de George W. Bush.
La invasión a Iraq fue una de las alternativas que eligió Bush para recuperar la confianza de los ciudadanos, pero el costo humano, económico y político que significó el ataque aún lo están pagando Estados Unidos y el planeta, pues nada justifica la muerte de cientos de miles de personas por una guerra desatada con base en supuestas pruebas que nunca se confirmaron.
Barack Obama, un mandatario del que se esperan actitudes más centradas y sensatas que las de su antecesor, deberá dar los pasos adecuados para que el incidente de Navidad no vaya a desembocar en otra lamentable aventura bélica. Con Afganistán ya parece tener suficiente, pues aunque llegó a la Presidencia de Estados Unidos portando la bandera de la pacificación mundial, la realidad lo está llevando por caminos impensados.
Al iniciar una nueva década, el mundo espera que sus líderes dediquen sus grandes esfuerzos a superar la pobreza, el hambre y los graves problemas ambientales, antes que a concentrarse en políticas guerreristas que ya han hecho suficiente daño a todos.