Fátima Pozo aún no decide qué máscara usará en la reunión con sus primos, el 31. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
De pie entre los disfraces de personajes animados, Rosario Donoso recuerda las risas que les sacó el familiar ganador del 2019, con el traje de Abuela Coco.
En el 2018 ella fue Fiona, novia de Shrek, en el concurso del año viejo al que asistían hasta 30 parientes, incluidos los que llegaban a Quito desde Guayaquil.
Desde hace 10 años esta tradición los ha unido cada 31 de diciembre, como cuando los convocaba su fallecida madre. En este 2020 no podrá cumplirse, ya que cada hogar se quedará en casa y cenará y recibirá el año nuevo solo con sus integrantes.
Desde el lunes 21 de diciembre del 2020, para mitigar la propagación del covid-19, en el país rigen restricciones a varias actividades que acompañaban el final del año del ecuatoriano. Entre ellas, la quema de monigotes en la vía pública, una de las tradiciones más marcadas. Tampoco se puede transitar después de las 22:00 ni organizar reuniones de más de 10 personas.
Pese a ello es muy importante que se mantenga el sentido de la transición hacia el nuevo año, que se logra con rituales como los del último día de diciembre, señala la psicóloga Marie-France Merlyn. “No hay que dejarlos. Si la persona ha tenido la costumbre es importante que la mantenga”.
El 31 de diciembre se viven momentos importantes psicológicamente, anota, ya que se deja ir lo malo con el año viejo y se proyecta lo bueno para el 2021. “Este soltar y retomar algo nuevo es algo muy enriquecedor a nivel de la psique”.
El ritual también sirve para la cohesión -explica Merlyn- no solo familiar sino con vecinos del barrio en el que muchos habitan, toda su vida.
Ese es el caso de Rodrigo Vega, quien recuerda que sus hermanos mayores iniciaron con la costumbre de armar una tarima en la calle para festejar en vecindad la llegada del nuevo año. Elaboraban sus monigotes para quemarlos a la medianoche y se vestían de viudas.
Rosario Donoso (izq.) y su sobrina María José Chávez escogen disfraces ya usados. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Más que familiar, cuenta el joven, el 31 de diciembre ha sido una fecha para reunirse con los amigos del barrio, desde temprano. “A la medianoche recién íbamos a nuestras casas”. Este 2020 suspendieron esas actividades y permanecerán en sus viviendas de la Real Audiencia, norte de Quito.
Aunque a nivel colectivo muchos rituales no se podrán cumplir este año, la socióloga Adriana Aguilar recuerda que existe una variedad de prácticas propias del ámbito familiar e individual como tomar champán, comer uvas o usar ropa de ciertos colores.
Las condiciones que ha puesto el covid-19 a los ecuatorianos transformarán los rituales, señala la especialista.
Sin embargo, subraya, no afectará las creencias en torno a lo que cada práctica representa, por ejemplo, patear el monigote para que lo malo del año se vaya o pedir un deseo con cada uva para que se cumpla en el nuevo ciclo. “Quizá aparezcan otras costumbres. La creencia se puede conservar en lo individual y se va a reforzar en lo familiar”.
De hecho, los hogares se adaptan a la situación. El de Fátima Pozo, por ejemplo, tenía la costumbre de usar disfraces de personajes famosos, monstruos y otros para recorrer avenidas como la Amazonas de Quito, en donde se exhibían monigotes gigantes y paseaban cientos de personas.
“Era una tradición muy bonita que nos unía”, cuenta Fátima. Así que quieren conservar esos lazos. Diez personas van a reunirse para preparar una cena y desarrollar un concurso de caretas entre primos. Antes se juntaban 25 personas.
Todas esas actividades marcan el fin de una etapa y el inicio de una nueva, por lo que es importante que se mantengan en el ámbito familiar, indica Paulina Barahona, directora académica de Psicología de la Universidad Católica.
Por eso propone que este jueves 31 se practiquen nuevos rituales que permitan mantener esa intención. Por ejemplo, dice, escribir hechos que salieron mal y quemarlos en una bandeja o romper los papeles. “Simboliza lo mismo, la idea es conservar el sentido de cerrar un período y abrir uno nuevo”.
La incidencia de estas prácticas, precisa la psicóloga, es mayor en los adultos. Eugenia Venegas cuenta que cuando sabe que no podrá cumplir una de sus costumbres típicas de fin de año se pone nerviosa.
Desde hace 13 años, por ejemplo, ella trabaja el 1 de enero, “para que no me falte plata”. También usa prendas amarillas para atraer la abundancia y se coloca dinero en el zapato derecho antes de la medianoche. Mantendrá cada práctica.
Sí es conveniente mantener los ritos, coincide la psicóloga Fernanda Paula. Para que la mente esté clara en que el próximo año abrirá la posibilidad de vivir mejores experiencias. “Y más que nada después de un año pandémico como el 2020, en el que se ha visto golpeada no solo la parte emocional de los individuos sino también la económica”.