Los familiares acompañan a los detenidos día y noche en la Corte

Rafael Correa y Jorge Glas se abrazaron en la audiencia del caso Odebrecht. Foto: Alianza País

Rafael Correa y Jorge Glas se abrazaron en la audiencia del caso Odebrecht. Foto: Alianza País

El expresidente Rafael Correa llegó a la Corte de Justicia para respaldar a Jorge Glas. Se abrazaron brevemente. Foto: Alianza País

La noche cae en la Corte. Han transcurrido 10 horas de audiencia y el vicepresidente Jorge Glas se levanta de la silla y mueve los hombros de atrás hacia delante, durante tres segundos. Luego vuelve a su asiento, eleva la mirada al techo y deja caer unas gotas de colirio en sus ojos.

Era miércoles, 29 de noviembre, el sexto día de juicio por el caso Odebrecht. En la mesa de los nueve capturados hay botellas de agua, energizantes, yogures, bolsas de snacks y documentos.

Poco antes de las 20:00, Édgar Flores Mier, presidente del Tribunal Penal, anuncia un receso de una hora para que los abogados, procesados, jueces y fiscales merienden.

Los familiares de los detenidos, que están en la parte posterior del estrado, se levantan y los acompañan a una sala contigua al auditorio en donde se desarrolla la audiencia. Detrás de ellos les siguen los guías penitenciarios. Esposas e hijos de los imputados sacan tarrinas con comida. A lo lejos se ve que hay pollo, carne, arroz, jugo. Otros bajan a la calle y compran café, sánduches, pollo, lo que encuentran a esa hora.

Carlos Villamarín, uno de los procesados, besa a su esposa minutos antes de que se inicie la diligencia judicial. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Cinco minutos antes de las 21:00, el auditorio empieza a llenarse otra vez. La audiencia se reanuda y los abogados revisan los documentos expuestos por la Fiscalía. Mauricio Garrido, defensor de José Rubén Terán, se levanta y pide hablar.

“Por razones humanitarias, le sugiero que suspenda la audiencia, para retomarla mañana. Los procesados deben ir a la cárcel, hay abogados que vienen de Guayaquil y deben tomar taxis a sus hoteles”, le dice el defensor al juez Flores.

El magistrado acepta la sugerencia y cierra la diligencia.
Es hora de despedirse de los familiares. Hay besos y abrazos. Glas y su tío, Ricardo Rivera, evitan cruzarse. No se hablan.

Ricardo Rivera a su llegada a la Corte, en Quito. Sus zapatos están sujetos con plástico. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

11 horas después el movimiento en la Corte se repite. A las 08:30, un guía saca a Rivera de un bus del Ministerio de Justicia y lo lleva a la sala de audiencia. El tío del Vicepresidente viste una chaqueta café desgastada, jean negro y zapatillas ajustadas con plástico, en vez de cordones. El Estado prohíbe el uso de pasadores en las cárceles, debido a que los procesados pueden emplearlos para quitarse la vida.

El auditorio queda en el piso ocho de la Corte. Antes de ingresar, Rivera le pide al agente ir al baño. Permanece ahí durante cinco minutos. “Se acaba el tiempo”, le grita el uniformado desde el marco de la puerta.

Antes de que lleguen los jueces, en la sala hay bulla. Los procesados hablan con sus hijos y esposas. “Te quiero”, le susurra Kepler Verduga a su hija, una joven de unos 20 años.

También hay tiempo para las bromas. Carlos Villamarín habla con su esposa, la besa y sonríen. Sus dos hijas le muestran su afecto. Siempre llegan antes de las 08:30 y se ubican en los primeros asientos. Desde que inició el juicio, hace nueve días, se hospedan en un hotel de Quito. Son de Guayaquil.

En ese lugar también está la esposa de Gustavo Massuh, otro procesado. Antes de que inicie el séptimo día de audiencia se acerca y le arregla la camisa, le da una botella de agua, y vuelve a su asiento.

El Segundo Mandatario ingresa al auditorio unos cinco minutos antes de que empiece la diligencia. Lo hace con terno, corbata y sin esposas en las muñecas. Media hora antes, un vehículo del Estado, con vidrios polarizados, lo deja en el subsuelo del edificio judicial.
Esa entrada es exclusiva para él, pues los otros procesados lo hacen por la puerta principal.

El jueves, 30 de noviembre, en el séptimo día de audiencia, la familia de Diego Cabrera, otro de los investigados, le dio snacks y energizante. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Antes de subir al auditorio, Glas suele esperar en una zona reservada, en el primer piso.

Los agentes que lo protegen no se despegan de él. Su hermano, Heriberto, lo acompaña en estos días de juicio. Su esposa no ha aparecido por allí.

La última vez que se la vio fue en una audiencia del 11 de octubre. Llegó con una Biblia en sus manos, que la enseñó varias veces al juez que en ese entonces trataba el caso.

Ayer, en el octavo día de audiencia, Glas tuvo más compañía de la que se ha visto regularmente. Los asambleístas Carlos Viteri Gualinga, Marcela Aguiñaga y Soledad Buendía llegaron para respaldarlo.

A las 10:30 apareció el expresidente Rafael Correa. Ambos se abrazaron y la gente que los rodeaba aplaudió brevemente.
“Él no participó (en la trama Odebrecht). No hay ninguna prueba”, señalo Correa, quien luego se dirigió a la prensa.

Llegó el mediodía y también el receso. Es la rutina del juicio.

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