Las víctimas fueron sepultadas en el suburbio de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Permanecieron juntos hasta el final. Anthony, Gabriel, César y José Manuel fueron sepultados este 13 de enero de 2019, en bóvedas cercanas en el cementerio Ángel María Canals, en el suburbio de Guayaquil.
Son cuatro de las 18 víctimas mortales del incendio que ocurrió el pasado viernes 11 de enero en un centro clandestino de tratamiento de adicciones. Fallecieron a causa de graves quemaduras internas por el humo, cuando intentaban refugiarse en un estrecho baño de la casa donde fueron encerrados.
Este domingo la tarde se tornó gris. A las 16:00 llegaron las cuatro caravanas fúnebres, en medio del llanto y los estremecedores gritos de dolor de sus familiares y amigos. “¡Por qué no les abrieron la puerta!, ¡por qué¡”, se lamentaba un muchacho desde la parte alta de una escultura de un ángel, en el ingreso al camposanto.
Cada uno de los ataúdes fue detenido por unos minutos frente a esa imagen. Allí también se detuvo Andrea Martínez, amiga de Gabriel Bautista. La joven portó un cartel en el que se observa una fotografía de Gabo -como le decían-, sonriente.
Varios jóvenes cargaron los ataúdes de sus amigos. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
“Fue nuestro compañero de clases durante dos años en el colegio. Él ya estaba recuperado, libre de muchos vicios; pero no sabemos lo que realmente pasó en esa clínica. Él era nuestro amigo”, dijo entristecida.
A medida que avanzaban por los pasillos la escena se volvía desgarradora. Algunas mujeres quedaban tendidas en el piso, desmayadas por el impacto. Otros jóvenes sufrían ataques de histeria y se rehusaban a creer que sus amigos ya no estarán.
“¡Por una nueva vida!”, gritó un amigo de Anthony Barreto. Ese es el nombre de clínica donde ocurrió la tragedia.
El sitio no contaba con los permisos de funcionamiento. Pero las económicas tarifas por el supuesto tratamiento atrajeron a los familiares de los chicos, desesperados por sacarlos de las drogas. A más de los fallecidos, otros 16 jóvenes fueron trasladados a hospitales públicos debido a las heridas.
“Estas clínicas clandestinas son inútiles. Pedimos al Gobierno que abra centros especializados. Mientras no hagan algo seguiremos llorando a nuestros muertos”, dijo un amigo del padre de César Cavero, otra de las víctimas.
Él había sido internado hace apenas diez días, como recordó su tío Jhonny Benítez. Antes ya había tenido varias recaídas, pero su familia sacrificaba sus escasos ingresos para cancelar USD 200 cada mes.
“Pedimos a las autoridades que, por favor, no se permita que nadie porte ni un solo gramo de droga. La juventud se nos está perdiendo. No es culpa de los padres, no es culpa de las clínicas, es culpa del sistema”, dijo Benítez poco después de que sellaran la bóveda de su sobrino.
‘Su cuerpo reposa aquí, su espíritu en el cielo’. Era la frase grabada en la lápida de José Manuel Angulo, sellada con cemento fresco. Una capa de rosas blancas y rojas cubrió su féretro.
Alrededor, un grupo de sus amigos que está en recuperación repitió a una sola voz la oración de la serenidad, una plegaria que aprenden en los centros de tratamiento. “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”, gritaron para despedirse.