En el volcán Reventador las explosiones no paran

El cráter del volcán Reventador se observa así desde el campamento Azuela, a tres horas de camino a pie en medio de la selva de Sucumbíos. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

El cráter del volcán Reventador se observa así desde el campamento Azuela, a tres horas de camino a pie en medio de la selva de Sucumbíos. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Un fuerte bramido, seguido por la caída de rocas incandescentes, se escucha a cuatro kilómetros de distancia en plena selva amazónica.

También se observa una columna de ceniza que se esparce hacia el noroccidente. Por estos días, así es el comportamiento del volcán Reventador, que desde finales de junio de este año registra una actividad alta.

La explosión, que se produjo el martes último, es una de las cerca de 40 diarias que se registran en este coloso, activo desde hace 15 años.

Se lo ve y se lo escucha desde Azuela, un sitio ubicado al este del edificio volcánico en la provincia de Sucumbíos. El lugar es una especie de explanada en medio de la caldera que rodea al Reventador.

Hasta ese punto llega un equipo del Instituto Geofísico -por lo menos- una vez al mes para realizar mediciones de gas, temperatura, tomar datos de las estaciones, fotografías, videos y otros estudios, para conocer cómo está su actividad eruptiva. Los técnicos acampan entre uno y tres días.

Llegar hasta ahí implica más de tres horas de caminata por un terreno pantanoso y lleno de vegetación. El mismo tiempo se emplea para retornar.

La información que se obtiene en cada visita se complementa con la que se recopila en las ocho estaciones que monitorean el volcán de 3 600 metros de altura. Una de ellas detectó la explosión del pasado 22 de junio que dejó un flujo de lava de más de 2 km que descendió y llegó a las faldas; el depósito de material es visible desde Azuela.

Desde ese día hasta el 25 de junio se detectó una actividad más intensa, acompañada de emisiones de ceniza, vapor de agua y explosiones pequeñas y moderadas, que se mantienen hasta ahora. Lo que ya no se observa desde ese día es el descenso de piroclásticos.

Por este intenso comportamiento, el equipo del Geofísico que se desplazó el martes último no acampó. Casi siempre se organizan campamentos que demoran varios días, pero ante una posible reacción como una fuerte explosión el monitoreo de campo se reduce a pocas horas, por seguridad.

En esta ocasión, la intención del equipo era tomar muestras de la lava expulsada el 22 de junio, pero los técnicos no lo lograron por la dificultad del camino para trasladar los implementos.

Diego Narváez, profesor de geología y parte del grupo que realiza el monitoreo presencial, explica que los equipos no están instalados en un punto fijo del Reventador, debido al difícil acceso para hacer el mantenimiento. En otros volcanes, los aparatos -que en este viaje llevaron en mochilas y maletas- son parte de las estaciones.

Llevaron una cámara térmica, un medidor de gas Doas, una termocupla (que mide la temperatura de material sólido), un telémetro (que mide distancias) y otros complementos se necesitan para una visita de rutina, como la del martes.

Para llegar a Azuela, a pie, hay que abrirse camino por una montaña de vegetación a la altura del km 160 de la vía Quito – Lago Agrio. El trayecto se inicia en la madrugada.

Un clima templado ayuda a los técnicos. Durante las dos primeras horas de trayecto hay que subir y sujetarse de algunas ramas para no resbalar. Luego de las cuestas aparece un camino de lodo, y poco a poco asoma el volcán despejado entre los árboles.

La misión de Marco Almeida, geólogo del Geofísico e integrante del equipo de monitoreo, es hacer mediciones térmicas para detectar anomalías en el volcán. Con esos datos se determina la fluidez del movimiento de lava en el interior de la montaña. Pero a los 10 minutos de llegar al campamento, las nubes impiden captar las primeras imágenes de este tipo. La medición de gases también se complica por la posición del sol.

Además de Azuela, los técnicos del Geofísico suelen ir por tierra o aire al campamento Lava 4, en el sureste del volcán. El sitio lleva ese nombre porque está cerca del cuarto flujo de lava grande, que quedó luego de una de las explosiones registradas en el 2002. Ese trayecto demora cerca de ocho horas de caminata.

“Ahora hay más de 30 o 40 depósitos de lava que han salido del volcán”, dice Almeida al referirse a los restos que deja el volcán en sus alrededores. De hecho, toda la superficie desde Azuela hasta la base está conformada por ese material y cubierta de musgos y plantas espinosas.

Caminar por ese suelo, para llegar a la base del volcán desde el campamento, es más complicado. En ese trayecto están escondidos la estación Rev. N, y a pocos metros se encuentra un cenizómetro.
Elizabeth Gaunt, investigadora del Geofísico, asegura que esta es la estación de más fácil acceso, pese al mal camino. Llegar a las otras es más difícil porque están más lejanas y cerca del volcán muy activo.

A partir de esas estaciones, la altura de los árboles y un piso resbaloso hacen imposible llegar hasta el flujo de lava.
Ninguna de las mediciones previstas se realizó y el equipo regresó por precaución, para volver nuevamente.

El equipo planea una nueva visita, pero en esta ocasión se hará por vía aérea, porque es la única manera que tiene para intentar tomar las muestras de la lava y luego analizarlas.

En contexto
En los últimos años la actividad del Reventador ha sido alta y está caracterizada por explosiones pequeñas y moderadas, flujos piroclásticos pequeños y lava. Por su tamaño no representan una amenaza a las poblaciones cercanas o a la infraestructura local.

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