En el pasillo, los ingenieros biomédicos revisan ventiladores en desuso y los reparan. Foto: Vicente Costales / El Comercio
En los últimos años fue un centro de convenciones. Hace poco estaba listo para convertirse en la Biblioteca Nacional, pero en medio de la emergencia sanitaria, el antiguo Hospital Eugenio Espejo volvió a ser un espacio para salvar vidas.
Allí, un equipo de 17 profesionales -ingenieros mecánicos, biomédicos, electrónicos y mecatrónicos- trabaja a diario con el fin de ayudar a enfrentar al covid-19 en el país. Además, este grupo cuenta con médicos intensivistas que brindan asistencia remota y visitas ocasionales.
Ellos tienen dos tareas principales. La primera es reparar ventiladores para asistencia respiratoria que podrían salvar a pacientes que lleguen a una situación crítica por haberse contagiado de la enfermedad.
Y la segunda tarea es construir un prototipo de ventilador que pueda replicarse en poco tiempo y que cumpla con la misma función, en caso de que los equipos existentes lleguen a escasear.
En una sala del antiguo edificio ubicado en la Sodiro y Gran Colombia -que fue inaugurado en 1903 como hospital– se ha trabajado en nueve prototipos de ventiladores que han sido revisados, probados y manipulados por largas horas.
El último está en la fase de calibración y pruebas. Desde la semana pasada empezaron los test con fantomas (aparatos con elementos similares a los del organismo humano) que simulan una crisis respiratoria y resistencia pulmonar. “Esto nos permite obtener resultados más reales, para luego poder hacer pruebas con cerdos, si el comité ético nos permite”, dice César Naranjo, uno de los promotores de esta idea.
Hace tres semanas, él y Francisco Astudillo decidieron trabajar en una máquina que pudiera salvar vidas y luego pidieron ayuda a través de un canal de TV y publicaron un tuit para convocar a más profesionales en el área que quisieran sumar ideas y experiencia.
El uso de delicados equipos tecnológicos contrasta con un edificio histórico de estilo neoclásico con influencia de arquitectura francesa y columnas griegas.
Sus nuevos inquilinos pasan los días, igual que los de antaño, vestidos con trajes blancos o batas hospitalarias, mascarillas y gafas de protección. Luego pedirán validación a la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (Arcsa) y entonces podrían iniciar la producción.
Los expertos se toman muy en serio su trabajo, pues crear equipos no puede tomarse a la ligera, de su precisión depende la vida del paciente.
En un amplio pasillo se halla otro equipo que tiene a su cargo decenas de ventiladores que por algún fallo estaban en bodegas de hospitales de Quito, Esmeraldas y Guaranda.
Roberto Yerovi y Diego Arias lideran el equipo que repara estos dispositivos. Ellos son parte de la Asociación de Biomédicos y escribieron al Ministerio de Salud para ofrecer su trabajo, pero solicitando un espacio para la tarea y la entrega de implementos dados de baja o en fila para reparación. En Quito se recuperaron cinco equipos y en Guayaquil 12, hasta el martes pasado.
Los profesionales llegan de distintas áreas: Yerovi y otros expertos tienen empresas de mantenimiento médico o trabajan en ellas. Gabriela Chiguano laboraba en un hospital público, pero hace poco salió por un recorte de personal. Ahora está sin trabajo, pero “me mueve, al igual que mis compañeros, el sentimiento de ayudar a las personas. Queremos ser un grupo de apoyo”.
Arias cuenta que hay equipos que requieren solo repuestos, otros necesitan piezas consumibles que deben cambiarse periódicamente y al haber estado embodegados, las tienen caducadas. Lo ideal es revisar equipos de la misma marca y de dos sacar uno en buenas condiciones.
En el viejo hospital también hay un área para construir cabinas acrílicas para protección médica, que ayudan al médico a tener un aislante mientras intuban a un paciente. Hasta el martes pasado fabricaron 20 y las primeras siete donaciones fueron para el Hospital Docente de Calderón y para el nuevo edificio del Hospital de Especialidades Eugenio Espejo.
En estas tareas, los principales gestores han sido los expertos que donan su tiempo, pero afirman que no podrían lograr nada si no fuera por quienes se han sumado de otras formas. Por ejemplo, el ministro de Cultura, Juan Fernando Velasco, ofreció el espacio para convertirlo en un laboratorio.
El Club Rotario ha colaborado con insumos y el Municipio de Quito les brinda la movilización diaria. La Facultad de Medicina de la U. Central les prestó el laboratorio y otros como la familia Wright les han donado materiales.
Según Naranjo, la forma en la que puede aportar la gente al proyecto es pagar facturas de insumos que se requieren y algo vital para ellos: guantes, trajes de protección personal, mascarillas y gafas. También es bienvenida la alimentación para sus largas jornadas.